En un panorama político donde la tecnología juega un papel fundamental, las campañas electorales no solo se libran en las urnas, sino también en el vasto mundo digital. Los trolls, una figura creciente en el ciberespacio, se han convertido en una herramienta de distorsión y manipulación, afectando tanto a los candidatos como a las estrategias políticas.
Recientemente, el excanciller Enrique Castillo, precandidato del Partido Liberación Nacional (PLN), se inscribió oficialmente en la contienda interna del partido, pero no sin antes levantar una polémica al acusar que su campaña fue víctima de un ataque de trolls en redes sociales. Según Castillo, un individuo o grupo malintencionado se hizo pasar por él, utilizando su número de teléfono asociado a Meta (Facebook) para difundir publicaciones negativas en contra de uno de sus rivales internos, Álvaro Ramos. El precandidato, de 80 años, aclaró que su cuenta personal no fue hackeada, pero que la suplantación de su número generó confusión y daño a su imagen.
Esta denuncia subraya un fenómeno cada vez más común: la manipulación de la opinión pública a través de identidades falsas en internet. Los trolls, en su forma más sencilla, son usuarios que buscan generar conflicto, polarización o difamación al intervenir de manera anónima en plataformas sociales. Sin embargo, la realidad es que en tiempos electorales, estos ataques se pueden convertir en armas de desinformación que alteran el curso de una campaña.
El caso de Castillo no es aislado. En campañas políticas globales, los trolls se han usado de manera estratégica para difundir rumores, acusaciones falsas o simplemente sembrar discordia. En 2016, durante el referéndum del Brexit en el Reino Unido, se documentaron campañas masivas de trolls en las redes sociales, que ayudaron a polarizar la opinión pública, contribuyendo al triunfo del «Leave». En 2020, durante las elecciones presidenciales de Estados Unidos, los ataques cibernéticos y las campañas de desinformación orquestadas por trolls fueron una preocupación recurrente, con informes que señalaban la participación activa de actores externos, como Rusia, en la propagación de noticias falsas.
En Costa Rica, las implicaciones de estos actos no son menores. La acusación de Castillo contra la cúpula del PLN y la crítica a su estructura interna se suman a un clima de desconfianza y división dentro del partido. El excanciller, quien se ha destacado por su trayectoria diplomática , su visión de un PLN más inclusivo y menos cerrado, utilizó su inscripción como una plataforma para exponer su desacuerdo con lo que denominó «la cúpula» del partido. Aunque se abstuvo de mencionar nombres específicos, sus palabras dejaron claro que la lucha por la candidatura no solo es externa, sino también interna.
El impacto de los trolls en este contexto va más allá de la simple viralización de un mensaje negativo. La desinformación puede influir en las decisiones de los votantes, creando una atmósfera de desconfianza y conflicto donde los candidatos se ven obligados a responder a ataques, a veces sin poder verificar la fuente o la veracidad de la información.
Como estrategia, los trolls son una manifestación moderna de la guerra sucia en política, una batalla que se libra en múltiples frentes, desde los debates televisivos hasta los algoritmos de las redes sociales. En este sentido, la política digital enfrenta el reto de crear mecanismos que garanticen una comunicación transparente y veraz, en lugar de sucumbir a las dinámicas de manipulación virtual.
El 6 de abril, los verdiblancos elegirán a su candidato presidencial para las elecciones de 2026. En un escenario donde las plataformas digitales jugarán un papel crucial, la protección contra los trolls , la desinformación será esencial para preservar la integridad de las campañas políticas y garantizar que la voluntad del electorado se exprese sin distorsiones ni interferencias externas.
