Expansionismo imperialista en modo matón: Trump quiere hacer de Canadá el estado 51, anexar Groenlandia, arrebatar el Canal de Panamá

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Constituido en heredero directo de James Monroe -el de la doctrina-, y de los autores del Destino Manifiesto, Donald Trump está dando muestras de desquiciamiento imperialista: insiste en anexar Groenlandia, y, no conforme con eso, completa el demencial paquete expansionista, incluyendo a Canadá y al Canal de Panamá.

Quizá formula esos amenazantes anuncios, para mantenerse llamando la atención, o para generar aún más expectativa/incertidumbre respecto a lo tóxica que, indudablemente, será su segunda presidencia, o lanzando comentarios a manera de globos de ensayo para ver si acierta con algún planteamiento.

Posiblemente formula, con cierta asiduidad, afirmaciones retóricas -como estas- que van dirigidas a su base de apoyo popular, para reforzar la irracional adrenalina patriotera en ese sector.

Sus seguidores -masivamente imbecilizados, absolutamente acríticos, peligrosamente condicionados a apoyar lo que su manipulador ídolo les diga, y a hacer lo que les mande- consideran que se trata de manifestaciones formuladas por un macho man con los cojones suficientes para irrespetar/arremeter/atropellar, a nivel planetario, como táctica para lograr el objetivo supremo: MAGA.

La notoria vaguedad del enunciado -Hacer a Estados Unidos Grande Otra Vez (Make America Great Again)- justifica -según el corrupto/misógino/autocrático personaje- lo que sea -por demencial que sea-.

En esa línea de esquizofrenia imperialista, el 45 -y próximo a ser el 47- presidente estadounidense, propuso que Canadá se convierta en el estado 51 de la Unión, volvió a plantear el tema de la anexión de Groenlandia, y también amenazó con retomar el Canal de Panamá.

Soñar, todavía es gratis -aunque, en este caso, es una adicional pesadilla trumpiana, con visos de notoria peligrosidad-.

En lo que tiene que ver con Canadá, posiblemente lo visualice como una compra de territorio -algo que aportó a la expansión de Estados Unidos, a partir de las colonias originales-.

Entre las más de veinte transacciones, figuran las adquisiciones, respetivamente, de Louisiana, a Francia, en 1803, por 15 millones de dólares; Florida, a España (1819), por cinco millones de dólares; Alaska, a Rusia (1867), por 7.2 millones de dólares; Filipinas, a España (1898), por 20 millones de dólares; las caribeñas islas de Saint Thomas, Saint John, y Saint Croix, a Dinamarca (1917), por 25 millones de dólares; además del alquiler, a Cuba (desde 1903), por algo más de 3.3 millones de dólares anuales, de la base militar en la costera provincia de Guantánamo, en el extremos sudoriental de la isla.

Según Trump, Estados Unodos destina, a Canadá, lo que describe como un desmedido
subsidio, a lo que se suma el hecho de que, en la opinión del turbio empresario megalómano, la seguridad en el lado canadiense de la frontera binacional terrestre de 8,891 kilómetros presenta preocupantes debilidades.

Sumado a ello, en su obsesiva fijación con la inmigración irregular vía la frontera sur -el límite de terrestre de 3,155 kilómetros, con México-, visualiza la posibilidad de declarar, a los narcocarteles mexicanos, lo que genera preocupación en el sentido de que, al hacerlo, lance una ofensiva militar contra esas estructuras.

Una acción de tan monumental irresponsabilidad agregaría nuevo insulto al robo, en 1848, de aproximadamente la mitad del territorio de México, mediante la firma de un tratado que, ese año puso fin a la brutal ocupación militar imperialista en el marco de la guerra Estados Unidos-México (1846-1848).

Mediante el despojo de soberanía nacional perpetrado contra México, su voraz vecino se hizo de -o amplió territorialmente- los estados fronterizos en el sur y el suroeste -Texas, New Mexico, Arizona, California-, y varios estados del oeste -no fronterizos- tales como Oklahoma, Kansas, Colorado, Wyoming.

Por esa barbaridad -que significó, para el bando mexicano, la pérdida de aproximadamente 25 mil vidas, además de masivo daño material-, el imperio pagó, a México 15 millones de dólares -a manera de indemnización-.

Ahora, la preocupación de la comunidad de seguridad estadounidense, por el masivo tráfico de drogas -en particular, el trasiego de fentanilo- a través de la frontera sur, es la excusa de Trump para hostigar a México.

De modo que está arremetiendo, un mes antes de regresar -el 20 de enero- a la Casa Blanca, contra los dos vecinos de Estados Unidos -respectivamente, al norte y al sur- que son, asimismo, sus socios en el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (North American Free Trade Agreement) -con el cual el otra vez presidente electo no está del todo conforme-.

En el caso de Groenlandia, el planteamiento, que data de su primera presidencia
-específicamente, de 2019-, ha sido objeto de rechazo por parte de Dinamarca -el norteño país europeo al cual pertenece en calidad de división administrativa de ultramar-.

La mayor isla del planeta -la tercera extensión continental en Norteamérica, después de Canadá y Estados Unidos-, se ubica entre el norte canadiense y el europeo -más cercana al primero-, y entre los océanos Ártico -al norte- y Atlántico -al sur-, presentando valor estratégico geomilitar para occidente -en particular, para Estados Unidos-.

En materia de defensa, Groenlandia -cuya seguridad es responsabilidad de Dinamarca- aloja bases militares lo mismo danesas que estadounidenses.

En el caso de país norteamericano, la Base Espacial Pituffik (Pituffik Space Base)
-anteriormente denominada Base Aérea Thule (Thule Air Base)-, asentada en el extremo norte de la costa occidental groenlandesa, alberga al puesto central de la red global de sensores de la Fuerza Espacial de Estados Unidos (United States Space Force, Ussf).

Entre otros componentes, esa red proporciona, al Comando de Defensa Espacial Norteamericano (North American Aerospace Defense Commamd, Norad), alerta sobre misiles, vigilancia espacial, y control del espacio.

De acuerdo con la definición oficial contenida en su sitio en Internet, el establecimiento
-en 2019- de la Ussf, la más nueva rama militar estadounidense, “resultó del reconocimiento de que el espacio es un imperativo de seguridad nacional”.

“Al combinarlo con la creciente amenaza planteada por competidores estratégicos en el espacio, resultó claro que había una necesidad para un servicio militar enfocado únicamente en procurar la superioridad en el dominio espacial”, según la misma fuente.

“El sector militar de Estados Unidos es más veloz, está mejor conectado, está mejor informado, es más preciso y más letal, debido a su habilidad para usar, más efectivamente, el espacio”, de acuerdo con la explicación oficial.

“La misma premisa -que el espacio es crítico- es verdad para el estadounidense promedio: las capacidades de Espacio están entrelazadas en el tejido de la vida diaria”, por lo que, “tener acceso y libertad para operar en el espacio, fortalece nuestra seguridad nacional y nuestra prosperidad económica”, se establece, además.

De modo que, sí, Groenlandia es de indudable interés para el militarismo imperialista de Estados Unidos.

Respecto al Canal de Panamá, en una muestra más de su monumental ignorancia -o de su natural, aunque torpe, capacidad de manipulación/provocación-, Trump pasó por alto el hecho de que, si bien Estados Unidos administró, durante 76 años (1903-1999) el canal y la zona de ocho kilómetros a cada lado, eso terminó cuando el presídete estadounidense (1977-1981) y el líder panameño (1968-1981) general Omar Torrijos firmaron, el 7 de setiembre de 1977, los tratados que entregaron, a Panamá, el pleno control soberano de la vía interoceánica.

Los textos -Tratado Concerniente a la Neutralidad Permanente y Funcionamiento del Canal de Panamá (Treaty Concerning the Permanent Neutrality and Operation of the Panama Canal), y Tratado del Canal de Panamá (Panama Canal Treaty)- pusieron fin al control estadounidense de la vía, que pasó, el 31 de diciembre de 1999 -el último día del siglo 20-, a, efectivamente, pertenecer al país ubicado en el extremo sur del istmo centroamericano -la frontera con Sudamérica-.

Trump está molesto por las tarifas vigentes para el paso por el canal interoceánico, las que, para el caso de Estados Unodos, sostiene que son injustamente altas.

Los desquiciados planteamientos expansionistas trumpianos combinan dos nefastos componentes básicos del imperialismo estadounidense -y de su política exterior-: la Doctrina Monroe y el Destino Manifiesto.

Acuñadas en el siglo 19, se trata de conceptualizaciones de Estados Unidos como centro de poder universal que irradia -por algo así como voluntad divina-, hacia el resto del mundo, el único patrón democrático aceptable: el estadounidense.

La génesis de la doctrina se ubica en enero de 1821, cuando el entonces secretario de Estado (1817-1821, 1821-1825) John Quincy Adams, lanzó el principio de que América tendría que blindarse contra cualquier nuevo intento colonizador europeo -la mayoría de las ex posesiones europeas en el área se había, ya, convertido en países independientes-.

Según Adams -quien, cuatro años después de divulgar la idea, se convirtió en presidente del país (1825-1829)-, existía el peligro de que países europeos tales como Austria, Francia, Rusia, intentasen aprovechar el deterioro del imperio español y recolonizar las ex colonias iberoamericanas.

Lo expresado por su secretario de Estado sirvió, al presidente James Monroe (1817-1821, 1821-1825), como base para lanzar su doctrina.

Lo hizo al presentar, el 2 de diciembre de 1823, al congreso estadounidense, su sétimo informe anual de labor.

Entre otros planteamientos proteccionistas, Monroe -quien, previdente, fue secretario de Estados (1811-1815, 1815-1817)- enunció, “como un principio en el cual los derechos y los intereses de Estados Unidos están involucrados, que los continentes americanos (Norte, Centro y Sudamérica), por la libre e independiente condición que han asumido y mantienen, deben, desde ahora, no ser considerados como sujetos de futura colonización por ninguna potencia Europa”.

“Tenemos que considerar cualquier intento, de su parte, de extender su sistema a cualquier porción de este hemisferio, como peligroso para nuestra paz y seguridad”, recomendó.

De modo que, respecto a los nuevos países independientes en América, cualquier acción europea “con el propósito de oprimirlos, o controlar, de cualquier otra manera, su destino”, sería vista “como la manifestación de una disposición inamistosa hacia Estados Unodos”, advirtió.

También incluyó un componente de reciprocidad -no exento de admonición-, que definió a la política estadunidense, respecto a Europa, como consistente en “no interferir en los asuntos internos de ninguna de sus potencias”, y en mantener las relaciones “mediante una política (exterior) franca, firme, y viril”.

En la opinión de Monroe, “es imposible que las potencias aliadas (europeas) extiendan su sistema político” a América, “sin poner en peligro nuestra paz y felicidad, así como nadie puede creer que nuestros hermanos sureños, por sí solos, lo adoptarían voluntariamente”, y “es igualmente imposible, por lo tanto, que nosotros veríamos con indiferencia tal interferencia”.

También justificó la expansión territorial estadounidense, a partir de la independencia (1776) respecto a la corona británica.

“En la primera época, la mitad del territorio dentro de nuestros límites reconocidos estaba inhabitado”, pero, “desde entonces, nuevo territorio de vasta extensión ha sido adquirido”, en el cual “nuestra población se ha expandido en toda dirección, y nuevos estados han sido establecidos”, precisó.

Ello, “ha eminentemente aumentado nuestros recursos y agregado a nuestra fuerza y respeto como una potencia que es aceptada por todos”, a nivel mundial, señaló, a continuación.

En el caso del Destino Manifiesto, esa visión imperialista data de por lo menos 1845, cuando un estadounidense llamado John O’Sullivan, lanzó el concepto de que Estados Unidos es el país providencialmente llamado a dominar al mundo, para salvarlo mediante la imposición del modelo correcto de democracia -obviamente, el gringo-.

Ello, aunque el modelo de desarrollo democrático estadounidense -apoyado en la discriminación racial/social/étnica, en la excluyente magia del mercado, en el guerrerismo, en la corrupción- dista mucho de ser el correcto.

Sin embargo, la conocida arrogancia imperial, permite, a quienes en el tiempo impulsan las respectivas/inaceptables actualización del modelo, hablar como si tuviesen siquiera un atisbo de autoridad moral para hacerlo.

En ese transcurrir, de acuerdo con relatos históricos, el nacionalista cristiano John O’Sullivan (1813-1895) –fundador, director, y columnista de los medios de comunicación United States Magazine (Revista Estados Unidos) y Democratic Review (Revista Democrática)- escribió, en 1839, un artículo de opinión en el cual aseveró que el “destino divino” asignó, a Estados Unidos, la misión de “establecer, sobre la tierra, la dignidad moral y la salvación del hombre”.

Ello, sobre la base de lo que describió como el ADN de Estados Unidos: la igualdad, los derechos, la libertad personal.

Tal es la realidad masivamente garantizada, en términos generales, sólo para la población blanca, lo que -en su parcializada visión, condicionada por el endémico racismo estadounidense- el ideólogo imperialista no pudo tener en cuenta.

O’Sullivan produjo el escrito, en el marco de la escalada expansionista estadounidense
-singularmente fuerte durante las décadas de 1830 y 1840-, cuando el país crecía territorialmente, por la vía de la creación de estados -hasta llegar a los actuales 50-, mediante la compra o a través de la apropiación bélica.

Partidario de la independencia de Texas -hasta entonces, territorio mexicano- para su incorporación a Estados Unidos -lo que ocurrió en 1845-, el columnista escribió, en 1836, el artículo que tituló “Annexation” (“Anexión”).

Según el autor, la asimilación de Texas -como el estado número 28- debía concretarse en razón del “derecho de nuestro destino manifiesto de extendernos y poseer la totalidad del continente que la Providencia nos ha dado para el libre desarrollo del gran experimento de libertad y autogobierno federado que se nos ha confiado”.

Entre las más agresivas interpretaciones del destino manifiesto, se destaca la formulada, en 1859, por Reuben Davis (1813-1890) -entonces integrante, por el Partido Demócrata, de la Cámara de Representantes del sureño estado de Mississippi-, un propietario de esclavos quien sirvió, durante la Guerra Civil Estadounidense (1861-1865), en el Ejército Confederado (Confedrate Army) -la fuerza armada que fracasó en lograr la secesión del sur esclavista-.

En la demencial visión de Davis -imperialismo sin restricción-, “podemos expandirnos hasta incluir el mundo entero”.

Específicamente, “México, América Central, América del Sur, Cuba, la Islas de las Indias Occidentales (caribeñas), y hasta Inglaterra y Francia podríamos anexar sin inconveniente”, siguió explicando, para aclarar, de inmediato, que ello se haría, “permitiéndoles, con sus Legislaturas locales, regular sus asuntos locales, a su manera”.

Algo así como convertir a los demás países, en municipalidades de Estados Unidos -lo que, en el siglo 21, sería un objetivo trumpiano-.

Dirigiéndose al entonces presidente del congreso de Mississippi, Davis subrayó, categóricamente: “esta, señor, es la misión de esta República, y su destino original”.

Casi dos siglo después, Trump, cual reencarnación de Davis, lanzó algo así como dos apps imperialistas: Doctrina Monroe 2.0, Destino Manifiesto 2.0.

Lo que no está claro es si se trata de solamente nuevos berrinches de patán malcriado, o si son componentes del tóxico plan de gobierno -flagrantemente vinculado al Proyecto 2025- para el nuevo cuatrienio (2025-2029) de Trump en la Casa Blanca.

La propuesta de 922 páginas, consistente en 30 capítulos distribuidos en cinco secciones, se titula “Mandato para Liderazgo. La Promesa Conservadora. Proyecto 2025. Proyecto de Transición Presidencial”, y en su elaboración participaron ex altos funcionarios del primer régimen trumpista y otros allegados al presidente reelecto.

Elaborada en 2023 -pensando en la reelección de Trump-, bajo supervisión de la conservadora Heritage Foundation, la iniciativa -dada a conocer en julio de 2024- prevé, entre sus objetivos centrales, una profunda restructuración del Poder Ejecutivo -creando una blindada inmunidad, para proteger, a quien ejerza la presidencia, contra eventuales demandas judiciales por abuso de autoridad u otras variantes de corrupción-.

Establecida en 1973, la fundación -un tanque de pensamiento ultraconservador que asesora a gobiernos republicanos- se posicionó, como un actor líder de la derecha estadounidense, durante la administración (1981-1985, 1985-1989) de Ronald Reagan, el pésimo actor y peor presidente en cuya gestión tuvo fuerte influencia.

En su sitio en Internet, la fundación indica que sus tres declarados objetivos principales son los de “proporcionar soluciones, investigando, desarrollando, y promoviendo soluciones innovadoras”, además de “movilizar a los conservadores, uniendo al movimiento conservador para que trabaje unido”, lo mismo que “capacitar a líderes, preparando a las futuras generaciones que liderarán a Estados Unidos”.

También asegura que, “ahora, más que nunca, el pueblo estadounidense necesita a un defensor quien preserve el gran experimento estadounidense y todo lo bueno y lo justo que representa” -o sea: la esencia del Desino Manifiesto-.

Respecto a Groenlandia, el dislate de Trump ocurrió el 22 de noviembre, cuando anunció la designación del empresario Ken Howery -cofundador de PayPal, la empresa estadounidense de tecnología financiera y transferencias monetarias a nivel mundial- como su embajador en Dinamarca.

Según su futuro jefe, “Ken hará un maravilloso trabajo representando los intereses de Estados Unidos”.

En una declaración escrita que, al respecto, difundió ese día, Trump aseguró, asimismo, que “con propósitos de Seguridad Nacional y Libertad en todo el mundo, Estados Unidos de América siente que la propiedad y el control de Groenlandia es una absoluta necesidad”.

La respuesta del primer ministro groenlandés, el izquierdista Múte Bourup Egede, fue contundente: “Groenlandia es nuestra. No estamos en venta, y nunca estaremos en venta”.

Y, en una declaración difundida por su oficina, la primera ministra de Dinamarca, Mette Frederiksen, apoyó lo expresado por Egede, al asegurar que Groenlandia “no está en venta, pero abierta a cooperación”.

En respuesta al planteamiento inicial de Trump -en 2019- sobre adquirir la isla, Frederiksen calificó, entonces, la propuesta de “absurda”, tras lo cual el entonces presidente estadounidense dejó sin efecto la visita que tenía programado realizar, ese año, a Dinamarca.

Trump también arremetió contra la Unión Europea (UE), en el discurso de contenido exageradamente nacionalista que dirigió, el 22 de diciembre -un mes después del anuncio-, a simpatizantes reunidos en Phoenix, la capital del sudoccidental estado de Arizona
-fronterizo con México-.

“La Unión Europea nos ha tratado muy, muy mal”, acusó, para agregar que “tenemos un déficit (comercial) de cientos de millones de dólares”, porque “ellos no reciben nuestros automóviles, ellos no reciben nuestros productos agrícolas, pero nosotros recibimos los de ellos”.

En su habitual conducta autoritaria, Trump advirtió, que los países integrantes del bloque regional “tienen que tener cuidado, no pueden tratarnos así”.

“No van a estar tratándonos así por más tiempo, puedo asegurar eso”, agregó.

A continuación, dirigió ataques verbales contra los dos vecinos inmediatos -y socios en el tripartito acuerdo comercial -Canadá y México-.

Respecto a Canadá, guiado por su tóxica arrogancia -complementada con su monumental ignorancia-, ha formulado recurrentes aseveraciones en cuanto a la asimilación de ese país, a Estados Unidos, en calidad de nuevo estado.

Ello, interfiriendo en la crisis política que golpea a Canadá, una de cuyas más recientes consecuencias ha sido la renuncia, el 16 de diciembre, de la entonces ministra de Finanzas, Chrystia Freeland.

Entre otras ofensivas expresiones, Trump ha opinado -negativamente- sobre el trabajo de Freeland, y se ha referido, al primer ministro de ese país, el centroizquierdista Justin Trudeau -hijo del ex primer ministro canadiense (1968-1979, 1980-1984) Pierre Trudeau-, como el “gobernador” del supuesto estado.

En tal contexto, aseguró, el 18 de diciembre, en su red social -Truth Social (Verdad
Social)-, que “muchos canadienses quieren que Canadá se convierta en el 51º. Estado!!!”.

Ello, además de haber escrito, en su demencial plataforma, que “el Gran Estado de Canadá está absorto porque la Ministra de Finanzas renuncia, o fue despedida, de su cargo, por el Gobernador Justin Trudeau”.

“Su comportamiento era totalmente tóxico, y para nada conducente a hacer acuerdos que son buenos para los muy descontentos ciudadanos de Canadá”, aseveró.

Y -la cereza en el -pastel-, agregó: “no será echada de menos!!!”.

Después de haber amenazado con imponer tarifas en el rango de 25 por ciento a los productos de Canadá que ingresan a Estados Unidos, y de haber acusado, a la administración Trudeau, de actuar con ineficiencia en materia de migración irregular, Trump recibió, al final de noviembre, en su floridense mansión/centro turístico Mar-a-Lago, a Trudeau.

“Tuve el placer de cenar, la otra boche, con el Gobernador Justin Trudeau, del Gran Estado de Canadá”, escribió, el 9 de diciembre, en su plataforma social.

“Espero ver, otra vez, pronto, al Gobernador, para que continuemos nuestras conversaciones a profundidad sobre Tarifas y Comercio, los resultados de las cuales serán verdaderamente espectaculares para todos!!!”, expresó, a continuación, en el mensaje que firmó con sus iniciales -DJT-.

Sin una inmediata respuesta al patológico imperialismo trumpiano, Trudeau difundió, el 26 de diciembre, en la red social X, un video -de producción estadounidense- que dura seis minutos.

Se trata de “alguna información, sobre Canadá, para los estadounidenses“ (“some information about Canada for Americns”), explicó, escuetamente, el primer ministro.

El material destaca la constante/histórica solidaridad canadiense en momentos en que Estados Unodos enfrentó -lo mismo dentro que fuera de su territorio- crisis diplomáticas, militares, de seguridad-.

“En la larga historia de vecinos soberanos, nunca ha habido una relación tan cercana, productiva, y pacífica como la de Estados Unodos y Canadá”, se indica.

“En nuestras horas más oscuras, Canadá ha estado con nosotros”, de acuerdo con lo señalado en el video, en específica alusión a la solidaridad canadiense ante los atetados terroristas del 11 de setiembre de 2001.

“Canadá y Estados Unidos comparten otra singular cualidad: son naciones de inmigrantes, destino para gente, en todo el mundo, que ansía libertad política, oportunidad económica, y una larga tradición de compasión”, según la misma fuente que, a continuación, precisa: “y estamos muy cómodos, como vecinos”-. (el acceso al video: https://www.youtube.com/watch?app=desktop&v=lrA4V6YF6SA)

Pero el rubio y anaranjado presidente reelecto se refirió, en términos nada amistosos, a ese vecino, cuando se dirigió, el 22 de diciembre, a sus seguidores en Phoenix.

“Pagamos, a Canadá, en subsidios y déficits, más de 150 mil millones de dólares al año”, empezó a decir.

Inmediatamente después de afirmar -exagerando hipocresía- que “amamos a Canadá, amo a Canadá, tengo tantos amigos, amo a Canadá, la amo”, se preguntó: “por qué estamos gastando 150 mil millones en Canadá?”.

“Sin embargo, Canadá permite que gente y drogas ingresen por nuestra frontera norte”, señaló, para agregar que “tenemos una frontera norte que tampoco está muy bien”.

Esa fue el preámbulo para atacar a México.

“Igualmente, desde México está entrando gente en números que nunca fueron vistos antes”, aseguró, además de aseverar -como siempre, al lanzar cifras, sin mencionar fuente de información- que “tuvimos 21 millones de personas entrando, los pasados cuatro años”.

“Piensen en eso: 21 millones de personas”, reafirmó, en el discurso frecuentemente interrumpido por aplausos y expresiones de apoyo.

Y recurrió al infaltable argumento antinmigrante: “mucha de esa gente no tendría que estar aquí: viene de instituciones mentales y prisiones, de todo el mundo, no solamente de Sudamérica” -exhibiendo, una vez más, su xenofobia y su ignorancia al mencionar así a la totalidad de América Latina-.

A continuación, agregó, en referencia al actual aumento del flujo migratorio -principalmente centroamericano, vía México-, a causa de su inminente asunción presidencial: “cientos de miles más están apresurándose a cruzar antes del 20 de enero”.

“Ustedes lo van a ver”, dijo, a sus seguidores.

Al respecto, relató el diálogo que desarrolló recientemente con la nueva presidenta mexicana (2024-2030), la centroizquierdista Claudia Sheinbaum -la primera mujer quien ocupa ese cargo-.

“Le dije: ‘ustedes no pueden hacerle esto a nuestro país, no vamos a seguir soportándolo, ustedes no pueden hacerlo’”, reveló.

En ese sentido, reafirmó -con su habitual tendencia a repetir afirmaciones, como suele ocurrir con los mediocres- que “he informado, a México, que eso, simplemente, no puede continuar, no vamos a dejar que eso continúe”.

Además, incursionó en el tema -también recurrente- de la denunciada producción mexicana ilegal de droga sintética y su trasiego hacia el norte, a través de la frontera binacional terrestre.

“Estados Unidos ha perdido 300 mil personas al año (…) todos aquellos con quienes uno habla, dicen: ‘perdí a mi hija, perdí a mi hijo, ante las drogas, ante el fentanilo
-principalmente el fentanilo-, pero ante las drogas”, aseguró.

“Las familias están siendo destruidas, y vamos a detener eso, no vamos a dejar que eso ocurra”, subrayó.

Trump ha planteado, en diferentes momentos -tan recientemente como en su discurso en Phoenix- la intención de declarar, a los narcocarteles -incluidos los mexicanos- como organizaciones terroristas.

Al respecto, en declaraciones que formuló el 23 de diciembre, en la portuaria ciudad de Mazatlán, en el occidental y costero estado mexicano de Sinaloa, Sheinbaum refutó esa idea -que ha generado preocupación ante la posible intención, de Trump, de violar la soberanía de México, llevando a cabo operaciones militares antinarcotráfico en territorio de ese país-.

En ese sentido, Sheinbaum dirigió un claro mensaje a Trump, en la forma de una contundente advertencia: “nosotros colaboramos, coordinamos, trabajamos juntos, pero nunca nos vamos a subordinar”.

“México es un país libre, soberano, independiente, y no aceptamos injerencismo”, siguió puntualizando, con énfasis, durante la visita que realizó a una de las zonas nacionales más golpeadas por la violencia del narcotráfico -principalmente por la brutalidad del Cartel de Sinaloa, uno de los mayores productores/traficantes de fentanilo-.

“Es colaboración, es coordinación, pero no es subordinación”, reafirmó, para agregar: “y vamos a ir construyendo la paz”.

Por otra parte, el amenazante planteamiento respecto al Canal de Panamá, tampoco fue bien recibido, y, al igual que Sheinbaum, el también nuevo presidente panameño (2024-2029), el derechista Raúl Mulino, rechazó, drásticamente, la pretensión expansionista de su inminente colega estadounidense.

Trump aseveró, en el discurso en Phoenix, que “el Canal de Panamá es considerado un bien nacional vital (a vital national asset) de Estados Unidos”, desde el punto de vista de las economías estadounidense y mundial, lo mismo que en materia de la seguridad nacional del país norteamericano.

En ofensivo tono de burla -y con el correspondiente lenguaje corporal-, preguntó: “alguien ha oído, alguna vez, sobre el Canal de panamá? Ah?”, además de que formuló -con igual actitud- comentarios denigrantes respecto a la nacionalidad panameña.

A continuación, difamó: “estamos siendo estafados en el Canal de Panamá, como estamos siendo estafados en todo otro lugar”.

Sonriente, como si estuviese reflexionando -siempre en tono de burla-, aseveró: “tendríamos que retomarlo, es una buena idea”.

“Un Canal de Panamá seguro es crucial para el comercio de Estados Unidos, y (para) el rápido desplazamiento de la Marina (estadunidense) desde el Atlántico hasta el Pacífico -es una cosa increíble-, y drásticamente reduce, en días y hasta semanas, los tiempos de envío a puertos de Estados Unidos”, agregó.

“Estados Unidos es el usuario número uno del Canal de Panamá, con más de 72 por ciento del tránsito hacia o desde nuestros puertos”, aseguró, para afirmar que, “lo construimos, somos los que lo usamos”, “pero lo entregan” -en referencia al gobierno de Carter-.

Y, entrando a uno de los temas clave detrás de su especulación anexionista, dijo que, “cuando el presidente Jimmy Carter, tontamente, lo entregó (…) solamente Panamá debía administrarlo, ni China ni ningún otro país debía administrarlo”.

Trump aludió, así, a la ascendente presencia de China en América Latina, y expresó
-también en tono de burla, y simulando voz ronca-, a sus seguidores en Phoenix, que, respecto al canal, “ustedes ven lo que pasa ahí: China”.

El otro tema que preocupa -en realidad, molesta- al autócrata es el referido a las tarifas que Panamá -como nación soberana- cobra para el paso por la vía interoceánica.

“Tampoco debía, Panamá, cobrar -a Estados Unidos, su Marina, y sus corporaciones que hacen negocios dentro de nuestro país- precios y tarifas exorbitantes para el paso -lo que hacen: nos cobran (…) es una vergüenza-”, expresó, para acusar que “nuestra Marina y comercio ha sido tratado de manera muy injusta y muy imprudente”.

“Las tarifas cobradas por Panamá, son ridículas -altamente injustas-, especialmente, conociendo la extraordinaria generosidad que ha sido otorgada a Panamá -yo digo, muy irresponsablemente- por Estados Unidos”, siguió denostando, para amenazar que “esta completa estafa a nuestro país, va a terminar inmediatamente, va a terminar”.

Trump aseguró que “Estados Unidos tiene un gran interés creado, en la operación segura, eficiente, y confiable, del Canal de Panamá, y eso siempre se entendió cuando lo entregaron a Panamá”.

Otra vez, en alusión a China, señaló que “no fue entregado para beneficio de otros, como cooperación, sino que fue entregado a Panamá y al pueblo de Panamá, pero tiene cláusulas de que nos traten con justicia, y no nos han tratado con justicia”.

En consecuencia, “demandaremos que el Canal de Panamá sea devuelto a Estados Unidos de América, completamente, rápidamente, y sin cuestionamiento”, porque “no vamos a aceptar eso”.

A continuación, habló el matón imperialista: “por lo tanto, a las autoridades de Panamá: por favor, guíense como corresponde”.

Y, precisamente, como corresponde a un presidente de un país cuya soberanía es vilipendiada por un insolente político de otro, Mulino ubicó, de inmediato, a Trump, en su lugar.

“Como presidente, quiero expresar, de manera precisar, que cada metro cuadrado del Canal de Panamá y su zona adyacente, es de Panamá, y lo seguirá siendo”, advirtió Mulino, en un mensaje al país -y a Trump-, y subrayó: “la soberanía e independencia de nuestro país no son negociables”.

“Los tratados Torrijos-Carter, de 1977, acordaron la disolución de la Ex Zona del Canal, reconociendo la soberanía panameña y la entrega completa, del Canal, a Panamá, que finalizó el 31 de diciembre de 1999”, siguió aclarando, además de precisar que, “desde entonces, no hubo objeciones ni reclamos, al contrario”.

“Estos tratados también establecieron la neutralidad permanente del Canal”, por lo que “el Canal no tiene control, directo o indirecto, ni de China (…) ni de Estados Unidos o de cualquiera otra potencia”, y, “como panameño, rechazo, enérgicamente, cualquier manifestación que tergiverse esta realidad”.

“Panamá respeta a las demás naciones, y exige respeto”, y, “con el nuevo gobierno de Estados Unidos, aspiro a conservar una buena y respetuosa relación”, expresó.

Y, para que a Trump no le quepa duda: “somos un país abierto al diálogo, hoy y siempre, a las inversiones, y a las buenas relaciones, pero con la clara consigna de que la patria está en primer lugar. Eso, para este presidente panameño, no es negociable”.

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