El derecho -personal, o comunitario, o nacional- a la defensa, es incuestionable.
La manipulación de ese derecho, para que sea sinónimo de impunidad para asesinar, es inadmisible.
Y lo es más aún, cuando un régimen de características nazis lo que hace, aparentando defensa, es, flagrantemente, llevar a cabo una criminal operación de limpieza étnica con miras a robar la territorialidad nacional de un pueblo.
El 7 de octubre, en una obvia operación de bandera falsa, el régimen de Benjamin “Bibi” Netanyahu, empezó a hacer, exactamente, eso: se autoagredió, en una acción proxy materializada por Hamas -su no tan secreto peón-, para lanzar una nueva masacre contra el pueblo palestino.
Al igual que ocurrió a las naciones indígenas americanas con la brutal invasión colonizadora española, el históricamente agredido pueblo palestino es, nuevamente, atacado por una de las estructuras militares más destructoras, más violentas, y más tecnologizadas a nivel mundial: las Fuerzas de Defensa de Israel (Israel Defense Forces, IDF).
Ubicada, geoestratégicamente, en la zona de confluencia de tres continentes -África, Asia, Europa- la región de Palestina -punto de origen del cristianismo y del judaísmo- ha sido, históricamente, escenario de sucesivas invasiones y dominaciones, por parte de diferentes potencias expansionistas.
La línea de tiempo de esas opresiones incluye, entre los principales invasores, a imperios tales como el egipcio y el romano -en el extremo cronológico más antiguo-, así como el otomano (turco) y el británico -en el segmento inmediatamente previo al actual: la presente ocupación civil y militar israelí-.
Esa cronología cubre varios siglos, hasta llegar a la resolución aprobada en 1947, por la asamblea General de las Naciones Unidas, lo que dio luz verde a la implementación de un plan de partición territorial de la zona, para la creación, de los estados, respectivamente, de Israel y de Palestina.
El imperio otomano mantuvo ininterrumpida posesión de la zona durante los 406 años -o cuatro siglos, del 16 al 20- transcurridos desde 1516 hasta 1917, cuando -en el marco de la primera guerra mundial (1914-1918)- el Reino Unido le arrebató el área, tras lo cual, la Sociedad de Naciones (1919-1946) -la antecesora inmediata de Naciones Unidas (creada en 1945, y cuya Asamblea General se inauguró en 1946)-, dio, en 1922, al Reino Unido, mandato para administrar el territorio.
Mediante un documento suscrito, el 2 de noviembre de 1917 -por su entonces secretario de Relaciones Exteriores (1916-1919), Arthur Balfour-, el Reino Unido expresó beneplácito a la iniciativa de crear un “hogar nacional” judío, y al concepto de que la zona de Palestina era el espacio geográfico adecuado -inicialmente se pensó en establecerlo en algún país, opción para la cual se evaluó, entre otros, a Argentina, Australia, Brasil, Canadá, Egipto, estados Unidos -específicamente, Alaska-, Uganda.
La idea consistía en dar territorio, a los judíos -principalmente, los asentados entonces en países europeos, donde, en términos generales, eran discriminados y perseguidos-.
En el texto de tres párrafos -dirigido al banquero británico Lionel Rothschild, el líder de la comunidad judía asentada en el Reino Unido-, Balfour transmitió lo que describió como la “declaración de simpatía”, de la monarquía, “con las aspiraciones judías sionistas”.
De acuerdo con esa declaración, aprobada entonces por el gabinete ministerial, “el gobierno de Su Majestad ve favorablemente el establecimiento en Palestina de un hogar nacional para el pueblo judío, y usará sus mejores esfuerzos para facilitar el logro de este objetivo”, escribió.
Ello, “estando claramente entendido que nada se hará que pueda perjudicar los derechos cívicos y religiosos de las comunidades no judías existentes en Palestina, o los derechos y el estatus político de que disfruten los judíos en cualquier otro país”, agregó.
Se intensificó, así, la colonización judía de Palestina, en aislados sectores de la zona, proceso que había iniciado, de facto, con lo que se conoce como “la primera aliyah” -la primera migración judía (1882-1903)-.
La aliyah se desarrolló, principalmente, desde Rumania y Rusia, en Europa, y, en menor medida, desde Yemen, en la Península Árabe.
La llegada de los habitantes del hogar judío -unilateralmente establecido en Palestina- generó tensión entre ambas comunidades, lo que derivó en el surgimiento de respectivos movimientos nacionalistas, y se tradujo en choques armados entre los dos bandos, en particular, durante 1936-1939 y 1944-1948.
Las estructuras extremistas judías, de naturaleza sionista -principalmente Haganah (La Defensa) e Irgun Tsva’i-Leumi (Organización Militar Nacional), más conocida como Irgun-, además de apoyar la presencia de los yishuv -judíos establecidos en Palestina, antes de 1947-, combatieron contra las fuerzas militares británicas que, en el marco del mandato de 1922, ocupaban la región.
Sin embargo, Haganah, se convirtió, a mediados de la década de 1930, en agrupación colaboradora de la administración colonial británica.
Algunos dirigentes de Haganah, se constituyeron, luego de 1948, en altos funcionarios gubernamentales israelíes, entre ellos los belicistas generales Moshe Dayan -ministro de Defensa (1967-1974), ministro de Relaciones Exteriores (1977-1979)-, y Ariel Sharon
-ministro de Defensa (1981-1983), primer ministro (2001-2006)-.
Considerado -principalmente por organizaciones internacionales de derechos humanos- como un criminal de guerra, Sharon -creador de la Unidad 101, fuerza militar especializada en operaciones de represalia-, fue señalado como responsable de masacres contra comunidades palestinas, incluida la perpetrada, los días 16-18 de setiembre de 1982, en el densamente poblado campo de refugiados de Shatila -en la oriental ciudad costera de Beirut, la capital del limítrofe Líbano-.
A solicitud del Reino Unido -en su condición de potencia mandataria-, Naciones Unidas abordó, en 1947, lo que, en la recién creada organización mundial se denominó “La cuestión de Palestina”.
Se llegó, así, a la aprobación, el 27 de noviembre de ese año, por la Asamblea General de las Naciones Unidas, reunida en sesión especial, de la Resolución 181, que dio lugar a la implementación del “Plan de Partición con Unión Económica”, propuesto, a su vez, por la Comisión Especial de Palestina de las Naciones Unidas (United Nations Special Committee on Palestine, Unscop).
En el extenso y detallado texto, la Asamblea General indicó, entre otras disposiciones, que “pide que (…) el Consejo de Seguridad considere como amenaza a la paz, quebrantamiento de la paz o acto de agresión, con arreglo al Artículo 39 de la carta, toda tentativa encaminada a alterar por la fuerza el arreglo previsto por la presente resolución” -o sea, el Plan de Partición-.
A su vez, el artículo 39 -de los 111, contenidos en 19 capítulos- de la Carta de las Naciones Unidas, establece que “el Consejo de Seguridad determinará la existencia de toda amenaza a la paz, quebrantamiento de la paz o acto de agresión y hará recomendaciones o decidirá qué medidas serán tomadas de conformidad con los Artículos 41 y 42 para mantener o restablecer la paz y la seguridad internacionales”.
Según el 41, el consejo, entre otras facultades, “podrá decidir qué medidas que no impliquen el uso de la fuerza armada han de emplearse para hacer efectivas sus decisiones”, mientras que el 42 prevé que, si esas medidas resultan insuficientes, el organismo “podrá ejercer, por medio de las fuerzas aéreas, navales o terrestres, la acción que sea necesaria para mantener o restablecer la paz y la seguridad internacionales”.
Tanto el apoyo dela monarquía británica al establecimiento del Hogar Nacional Judío en Palestina, como la iniciativa aprobada por Naciones Unidas, plantearon, explícitamente, la necesidad de respetar los derechos de los palestinos -algo que, obviamente, no ha ocurrido-.
Aprobada, en 1947, la Resolución 181 -y, por lo tanto, el Plan de Partición, que, entre sus disposiciones clave, delineó, con precisión, las fronteras de los respectivos territorios nacionales-, el Estado de Israel fue fundado al año siguiente.
El dirigente sionista David Ben-Gurion proclamó, el 14 de mayo de 1948, en un acto llevado a cabo en la ciudad de Tel Aviv, la independencia de Israel -y la consecuente materialización del estado judío-, e inauguró, tres días después, el cargo de primer ministro del nuevo país.
Ante la unilateralidad de la declaración, y considerando negativos, para el pueblo palestino, algunos aspectos del plan de partición, la comunidad árabe internacional rechazó, en lo inmediato, la iniciativa aprobada por Naciones Unidas, lo que desencadenó la expulsión, de la mayoría de los palestinos, de sus lugares de origen, por parte de Israel.
Registros históricos ubican en el rango de 750 mil a 800 mil, el total de personas violenta y repentinamente convertidas en refugiadas -algunas en diferentes países, otras en territorio palestino bajo ocupación israelí- como consecuencia de esa agresión, que, en árabe, se conoce como al-Nakba (la catástrofe), y que, investigadores académicos, en números crecientes, coinciden en describir como una operación militar de limpieza étnica antipalestina.
Además de la brutal expulsión, las víctimas sufrieron la expropiación o la destrucción de su patrimonio, y la ciudades, los barrios, la aldeas que habitaron hasta entonces, fueron, en gran proporción, arrasadas, y, en el caso de las viviendas, las que no fueron destruidas, pasaron a ser habitadas por pobladores invasores -denominados “colonos”-.
La independencia palestina fue declarada, el 15 de noviembre de 1988, en Argel -la capital de Argelia, país árabe en el costero noroeste africano-, por Yasser Arafat, entonces el máximo líder de la guerrillera y política Organización para la Liberación de Palestina (OLP).
O sea que, 41 años después de aprobada la resolución que le daba origen, y 40 años después de la unilateral declaración de independencia de Israel, se formalizó, en injusta precariedad, el Estado de Palestina.
Pero se trata de un estado cuyo territorio -establecido en 1947, por Naciones Unidas-, fue inmisericorde y violentamente reducido, por la fuerza -por Israel-, además de militarmente ocupado, en su abrumadora mayoría -por las IDF-.
Notoriamente limitados por los intereses geopolíticos impuestos principalmente por la entonces potencia mandataria británica, integrantes de la Unscop procuraron que el plan de partición fuese lo más equilibrado posible, en la asignación de territorio para los dos estados.
La Unscop fue integrada por once de los entonces 57 países integrantes de Naciones Unidas: Australia, Canadá, Checoslovaquia, Guatemala, India, Irán, Países Bajos, Perú, Suecia, Uruguay, Yugoslavia.
Uno de los más activos participantes en el proceso de elaboración del plan- y emisor del voto decisivo, en la asamblea general, para la aprobación de la Resolución 181-, el entonces embajador uruguayo, Enrique Rodríguez Fabregat -popularmente conocido, en Naciones Unidas, como “El Profesor”-, fue un severo crítico de la tergiversación israelí que sufrió, en 1948, la iniciativa de partición territorial.
De acuerdo con el registro histórico de la cancillería uruguaya, “El Profesor” planteó, en la decisiva sesión de la asamblea general, que “ambos pueblos están maduros para la independencia”.
También aclaró que “no estamos aquí para dar lecciones de organización, a dos pueblos en su infancia, dos pueblos cuyos destinos están sólo comenzando”.
“El esfuerzo judío en Palestina es, en muchos aspectos, ejemplar (…) y la habilidad de los árabes, de forjar su propio destino a través de su trabajo, su iniciativa y su coraje, es demostrada no sólo por sus logros personales sino también por su pasado glorioso”, aseguró.
“Aquellos de nosotros que estamos votando esta Resolución, no estamos votando en contra de ninguno de estos dos pueblos, de ninguno de estos dos sectores de la realidad social en Palestina”, aclaró.
“Estamos votando en favor de ambos, de su progreso, de su desarrollo cívico, del avance dentro de la comunidad de Naciones”, dijo, a continuación, expresando la voluntad de equidad que motivó a los autores del plan -entre los cuales, en ese contexto conceptual, Rodríguez Fabregat fue líder-.
Consumada la unilateral y discriminatoria declaración formulada por Ben Gurion, “El Profesor” advirtió, entonces -y reiteró, desde ese momento-, que, mientras no se haga justicia con el pueblo palestino, la guerra será la brutal realidad para ambos bandos.
Setenta y cinco años después de la flagrante violación israelí a lo dispuesto en el plan de partición, el líder latinoamericano Luiz Inácio “Lula” da Silva, formuló -a raíz de los hechos del 7 de octubre- un planteamiento plenamente coincidente con el vaticinio del uruguayo.
“Israel tiene que tener el territorio que es suyo, que está demarcado por la ONU, y los palestinos tienen el derecho de tener su tierra”, dijo, en declaraciones que, sobre la actual crisis humanitaria en Gaza, formuló el 30 de octubre.
“Es así de simple”, subrayó, para reflexionar que “no se necesita que nadie invada la tierra de nadie”.
Respecto a la acción exterminadora que, en Gaza, las IDF están perpetrando, ininterrumpidamente, desde la mañana el 7 de octubre -en supuesta defensa por la tan rápida cuanto brutal acción de Hamas-, Da Silva planteó la urgente necesidad de “garantizar que no se mate más niños”.
De acuerdo con datos de Naciones Unidas, al 15 de noviembre, la agresión militar israelí en Gaza, ha asesinado a por los menos 11 mil personas, de las cuales, aproximadamente la mitad está constituida por niños, y la tercera parte por mujeres.
“Dónde estamos? Qué mundo queremos crear?”, preguntó, a continuación, visiblemente molesto.
En su tercer mandato constitucional (2003-2007, 2007-2011, 2023-2027), el presidente brasileño, explicó que, “entonces, esa indignación mía contra la pobreza, esa indignación mía contra la desigualdad, está convirtiéndose en indignación contra la estupidez del ser humano, la ignorancia”.
Esta declaración tiene perfecta sintonía con la afirmación atribuida al físico teórico alemán -naturalizado estadounidense- Albert Einstein (1879-1955): “dos cosas son infinitas: el universo y la estupidez humana, y no estoy seguro respecto al universo”.
“Lula” aseguró, además, en su reciente mensaje, que “las personas no están, más, siendo humanas, las personas están siendo irracionales”.
Por lo tanto, “si uno no habla de paz, todos los días, todos los días, todos los días, todos los días, las personas olvidan que es posible construir la paz”, advirtió, a manera de exhortación.
“Entonces, se puede ver a las autoridades hablar de guerra, que fulano tiene que matar a zutano, que zutano tiene que derrotar”, siguió planteando, con énfasis, para subrayar que “no es así que uno resuelve los problemas”.
“En una mesa de negociación, no muere nadie, cuesta más barato, y uno puede encontrar solución”, sugirió, pragmáticamente.
En la visión de Lula, “va a ser más sensato negociar, va a ser más sensato ceder alguna cosa, conquistar menos de lo que quiero, perder menos de lo que puedo perder, para que volvamos a construir la posibilidad de un mundo mejor”.
“No es posible que las personas no tengan sensibilidad, no es posible”, expresó, como pensando en voz alta, para denunciar que “las personas quieren guerra, las personas quieren incentivar el odio, las personas quieren estimular el odio, y yo no veo así”.
Por su parte, el ex guerrillero tupamaro y ex presidente (2010-2015) uruguayo José “Pepe” Mujica, aseguró, en declaraciones que formuló, el 25 de octubre, al programa En Perspectiva, de la uruguaya Radiomundo, que “siempre reconocí el valor de la causa palestina”.
Respecto a los hechos del 7 de octubre, subrayó que “también dejé, muy claro, que lo que había hecho Hamas era un disparate, del punto de vista humano, pero, además, una burrada política, porque desató una crisis, en un momento en que, un gobierno excesivamente conservador -como el que tiene Israel-, estaba tambaleando, por otra circunstancia”.
Mujica aludió, así, a las acusaciones penales que Netanyahu enfrenta, por corrupción, y a la legislación que, sintiéndose acorralado, impulsó para restar fuerza al Poder Judicial israelí, todo lo cual generó masivas manifestaciones opositoras, antes de que estallara la presente crisis bélica.
Respecto a la acción de Hamás, el “Pepe”, dijo que fue “una barbaridad, desde el punto de vista humanístico -lo que hizo-, porque se dejó dominar por el odio”.
“Además, políticamente, cometió un error”, agregó, a continuación.
Al describir la presente confrontación Israel-Hamas, el ex mandatario planteó que “es un problema brutal”, advirtió que, “cada vez, está peor, esto”, y dijo que lamenta lo que está ocurriendo, “por el dolor del pueblo judío, y por el dolor, inevitable, que va a padecer el pueblo palestino”.
En ese sentido, señaló que “me imagino que se ha multiplicado el fanatismo”, y agregó que “no tengo duda de que Israel va a aplastar a Hamas, no tengo ninguna duda”.
“Pero estoy seguro que eso no es la felicidad para el pueblo judío, porque este aplastamiento, por el camino que tomó, va a generar multitud de niños, en el mundo árabe, que, mañana, serán hombres, y seguirán encadenados al odio”, siguió analizando.
“Esto no se arregla por vía militar” sino que “necesita mucha sabiduría política”, reflexionó, para agregar, de inmediato, que “Israel, la tiene, en sus entraña, pero no es lo que está mandando, hoy, en Israel”.
“Se eligió, solamente, el lenguaje militar, que lo entiendo: tiene todo el derecho a defenderse, Israel, pero Israel tenía medios, con paciencia”, dijo.
“Porque Israel puede poner toda la Franja de Gaza, en cana (en la cárcel), y la puede fichar (registrar policialmente), con tiempo, y puede lograr el objetivo sin matar niños, sin tirar bombas, puede lograr, con paciencia, de otra manera, pero eligió el peor camino, que va a sembrar odio, a lo largo de jucho tiempo”, precisó.
Sobre el último punto, expresó, en modo de advertencia, que “la comunidad israelita vive por el mundo, y, por el mundo, andarán, desde la sombra, caminando, fanáticos en nombre del Islam”.
En la visión del ex guerrillero y ex preso político de la brutal y corrupta dictadura militar uruguaya (1973-1985), la confrontación entre ambos históricos antagonistas “necesita otro camino, pero es inútil”, dijo, por lo que, en cuanto a pronosticar una solución al presente conflicto bélico, reveló que “soy pesimista”, aunque “ojalá que me equivoque”.