Nayib Bukele inició su segundo e inconstitucional quinquenio presidencial, fortaleciéndose como autócrata: juramentó a sus irracionales seguidores como incondicionales defensores de las medidas que imponga.
En el marco de la ceremonia de juramentación para el período gubernamental 2024-2029, el “dictador más cool del mundo” aseguró que, tras haber combatido a las maras -pandillas-, ahora pone la mira del autoritarismo en la economía, lo que implica medidas drásticas ante cuyas previsibles consecuencias no hay derecho a protestar -obviamente omitiendo la realidad de que, la lucha antidelincuencial, implico violaciones a los derechos humanos-.
Al presentar lo que se prevé como represión económica, vaticinó críticas, las que descalificó, al afirmar que sus adversarios constituyen una oposición “insignificante, pero rabiosa”.
El Salvador “ya se curó de las pandillas, y, ahora, tiene que curarse de la mala economía”, dijo, en el mensaje, de poco más de 30 minutos, que dirigió desde el balcón principal del Palacio Nacional, en el centro de San Salvador -la capital nacional-.
Pero, “en este nuevo tratamiento, para sanar la economía, quizá también haya que tomar medicina amarga”, advirtió, siguiendo el estilo de su vergonzoso colega argentino, el liberal libertario -y motosierrista- Javier Milei.
En ese sentido, planteó, mesiánicamente, que es necesario contar, para el éxito de la acometida autoritaria, con “la guía de Dios, el trabajo incansable del gobierno, y (con) que el pueblo vuelva a defender, a capa y espada, cada una de las decisiones que se tomen”.
Al imponer la firma de ese cheque en blanco, exhortó a hacer a un lado “la idea de que nos merecemos sólo lo malo y lo feo”, y a abandonar la actitud “de quejarnos cando las cosas cambian para bien”.
“A eso, le llamo, yo, mentalidad del fracaso, y debemos combatirla nosotros mismos”, agregó, a continuación, además de aconsejar que “no hagan caso de las voces que los quieren envenenar”.
Ello es necesario, porque, en su manipuladora visión de la realidad salvadoreña, “no estamos solamente cambiando un país: estamos cambiando un paradigma”, el cual no definió, aunque presentó su gestión como un trabajo reformador, respecto al cual formuló un llamado a “defender el legado, como un león”.
En autoalabanza de su autocrática gestión gubernamental, planteó que “no perdamos la perspectiva”, porque, según su arbitraria interpretación de la situación nacional, lo que ha ocurrido, en El Salvador, no sin cinco ni 10: son más de 20 milagros juntos, y, todos, por la gloria de Dios, por el trabajo del gobierno, y por el apoyo, incansable del pueblo salvadoreño”.
“Así de grandes, han sido los resultados”, aseveró, para agregar que, “con todo eso, no vale dudar que podemos hacer lo mismo, otra vez”.
“Pero, hoy, con la economía”, precisó.
Ataviado con un traje negro cuyo saco presentaba complejos y ostentosos bordados con hilo dorado, en el cuello y los extremos de las mangas, el autoerigido guía absoluto de los salvadoreños, dirigió, a sus seguidores reunidos en la Plaza Gerardo Barrios -frente al Palacio Nacional-, en la formulación, al unísono, de un juramento de irracional sumisión
-una declaración con características trumpianas, similar a la formulada hace cinco años-.
“Hagamos, nuevamente, un juramento, para defender cada una de las decisiones que tomaremos en los próximos cinco años”, planteó, en el cierre de su discurso.
“Así que les pido, a todos, que levanten su mano”, dijo, levando su mano derecha, para expresar: “juramos defender, incondicionalmente, nuestro proyecto de nación, siguiendo, al pie de la letra, cada uno de los pasos, sin quejarnos, pidiendo la sabiduría de Dios, para que nuestro país sea bendecido, de nuevo, con otro milagro, y juramos nunca escuchar a los enemigos del pueblo”.