Quiere volver a la Casa Blanca, quiere generales como los de Hitler

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Indudablemente, Donald Trump está desesperado por regresar a la Casa Blanca.

Lo impulsan factores de su tan patética cuanto peligrosa personalidad, tales como su fenomenalmente desmedido ego, su descontrolado afán dictatorial de venganza contra quienes osan enfrentarlo, su descomunal megalomanía -todo lo cual es atravesado por la patanería, que es su camerística esencial-.

Después de su fracasado intento golpista, el 6 de enero de 2021 -cuando estaba a quince días de evacuar la Casa Blanca, y sus universalmente conocidos centros de poder mundial, entre ellos, la Oficina Oval (Oval Office) y el Salón de Situación (Situation Room, centro de análisis de crisis)-, Trump sigue aseverando que la votación del 7 de noviembre de 2020, le fue robada, aunque la perdió en las dos instancias del sistema electoral de Estados Unidos.

Ese sistema es -en el mejor de los casos- surrealista: un candidato presidencial perdedor, puede, increíblemente, ganar.

En tal contexto, la aberrante institución denominada Colegio Electoral de Estados Unidos (United States Electoral College) es la encargada de decidir quién se instala en la Casa Blanca, aunque, al hacerlo, contradiga la voluntad expresada en la votación popular.

El impresentable Donald Trump, el actual postulante presidencial republicano -por segunda vez consecutiva- a la reelección, es -como no podía ocurrir de otra manera- protagonista del caso más reciente.

Integrado por 538 personas en representación de los cincuenta estados -en cada caso, la misma proporción que integrantes del Poder Legislativo, más tres por la capital-, 270 sufragios en el colegio (votos lectorales) son el mágico número mínimo para llegar a la Casa Blanca.

Ello significa que, triunfando en los estados con mayor número de votos en el colegio, no es necesario lograr la victoria popular, a nivel nacional, para ganar la presidencia.

Los números ubican, en el ranking superior, a California, al frente, con 54 votos electorales, seguida por Texas (40), Florida (30), Nueva York (28), Pennsylvania (20), y los demás en escala descendente de 19 hasta tres.

La línea de tiempo de la arbitrariedad electoral estadounidense revela que cinco candidatos presidenciales perdedores han llegado -de momento-, gracias al colegio -o sea, ilegítimamente-, a desempeñar el empleo más codiciado en Estados Unidos (tres en el siglo 19, dos en el siglo 21).

En el primer caso (1824), la elección correspondió a la Cámara de Representantes, debido a que el colegio no formuló la proclamación.

También en el primer caso, se trató del Partido Demócrata-Republicano que, creado por Thomas Jefferson y James Madison -dos de los siete principales Padres Fundadores (Founding Fathers) de Estados Unidos- operó desde 1792 hasta su disolución, en 1825, y fue antecesor del actual Partido Demócrata -establecido en 1828-.

El dato interesante es que, en los otros tres casos, los beneficiados por el arbitrario procedimiento han sido republicanos.

La lista: John Quincy Adams (1824) -demócrata-republicano-, Rutherford Hayes (1876), Benjamin Harrison (1888), George W. Bush (2000), Donald Trump (2016) -republicanos-.

El ejemplo más reciente se registró en la contienda presidencial de 2016, cuando los principales competidores fueron Trump, por el Partido Republicano -el Viejo Gran Partido (Grand Old Party, GOP)-, y la ex primera dama (1993-1997, 1997-2001), ex senadora (2001-2005, 2005-2009), y ex secretaria de Estado (2009-2013), la insoportable y corrupta Hillary Clinton, por el Partido Demócrata.

Otros cinco candidatos -uno, de postulación independiente, los otros cuatro, respectivamente impulsados por agrupaciones políticas menores- rivalizaron en 2016, sin ninguna posibilidad -ni siquiera de aspirar al segundo lugar-.

De acuerdo con las cifras oficiales, Clinton logró un 48 por ciento de los votos populares emitidos -algo más de 65.8 millones-, al tiempo que Trump se hizo de un 46 por ciento -alrededor de 62.9 millones-, lo que resultó en la ajustada diferencia de dos puntos porcentuales, y 2.9 millones de sufragios.

Pero el colegio decidió exactamente al revés.

Como a diferencia de la vida real, en esa burbuja de arbitrariedad, de los 538 votos en juego, el mínimo de 270 da el gane, Trump -el perdedor en la elección de verdad- ganó el premio mayor, ya que reunió 304, mientras Clinton obtuvo 227 -los otros siete, se distribuyeron entre los demás aspirantes-.

De modo que 304 voluntades se impusieron a casi 66 millones.

Pero, como la democracia estadounidense es el modelo universal, si gana el que pierde, no hay ningún problema.

Después de todo, en ese país, tampoco los golpes de Estado son llamados por su nombre sino que son magnicidios, porque, en lugar de movilizar tropas, desplegar artillería militar, bombardear, los golpistas utilizan solamente un chivo expiatorio, y una certera bala
-máximo, dos proyectiles-.

Indudablemente, la quintaesencia del pragmatismo en materia de criminalidad política.

De momento, el país norteamericano registra cuatro golpes de Estado -dos en el siglo 19, y dos en el 20-.

En orden cronológico, las víctimas han sido Abraham Lincoln -un disparo (14 de abril de 1865)-, James Garfield -dos disparos (2 de julio de 1881)-, William McKinley -dos disparos (6 de setiembre de 1901), John Kennedy -dos disparos (22 de noviembre de 1963)-.

Por filiación partidista, los tres primeros eran republicanos, lo que -al menos por ahora- ha dejado a Kennedy como el único demócrata -todos eliminados en ajustes de cuentas de naturaleza política, con modus operandi de sicariato narco-.

En el contexto político que enmarca el presente -e impronosticable- combate presidencial estadounidense, Trump exhibe muestras de ansiedad en ascenso ante la perspectiva -en probabilidad 50-50, según encuestas- de perder.

La derrota sería un demoledor golpe a su ego misógino/clasista/racista/xenofóbico, porque significaría que lo venció una mujer, originaria de la clase media, quien es portadora de una rica fusión étnica, además de ser hija de inmigrantes no europeos.

La suma de esas y otras fascinantes características personales, proyecta a Harris como la inevitable destinataria de la mediocridad extremista trumpiana.

Sin tener en cuenta que no es aconsejable lanzar piedras, hacia arriba, cuando se tiene techo de vidrio, Trump -quien, en realidad, no tiene techo-, ha intensificado, desde la postulación de Harris, los ataques contra la probablemente primera estadounidense quien se instale en la Oficina Oval de la Casa Blanca.

La conducta por demás autoritaria del tercamente reincidente candidato republicano, le ha significado fuertes críticas en materia ideológica lo mismo que de ética, entre ellos los demoledores señalamientos formulados, hace ocho años -antes de la votación presidencial de 2016-, por su actual candidato a segundo al mando, el senador James David “JD” Vance.

Varias afirmaciones reproducidas, desde entonces, por medios de comunicación tanto estadounidenses como internacionales, colisionan con la flagrantemente oportunista posición actual del legislador republicano respecto a quien ahora es su jefe político.

En un texto que data de 2016, Vance confesó que, “alternadamente, pienso que Trump es un hijo de puta cínico (a cynical asshole) como Nixon (…) o que es el Hitler de Estados Unidos” -en alusión al dictador alemán (1933-1945), el nazi Adolf Hitler-.

Y, en declaraciones, el mismo año, a la cadena estadounidense de televisión informativa de cobertura mundial Cable News Network (CNN), aseguró, respecto a la elección presidencial de ese año, que, “definitivamente, no voy a votar por Trump, porque pienso que está proyectando muy complejos problemas en villanos sencillos”.

Se trata, precisamente, de la conducta difamadora que el candidato presidencial sigue manteniendo respecto, por ejemplo, a los migrantes irregulares asentados o en procura de ingresar a Estados Unidos, principalmente por la frontera sur -el límite terrestre de uno 3,155 kilómetros compartido con México-, algo que, ahora, convenientemente, no molesta a Vance.

Al respecto, en un texto que escribió tres años después, aseguró que “Trump infunde miedo en personas que me importan, inmigrantes, musulmanes, etc”.

“Debido a eso, lo encuentro censurable”, agrego, para asegurar que “Dios quiere que seamos mejores”.

Vance quizá se refirió, entre esas “personas que me importan”, a su esposa -desde 2014- Usha Chilukuri, una abogada estadounidense hija de profesionales quienes migraron de India.

Chilukuri también pasó por una metamorfosis política, ya que fue parte, hasta 2014 -el año en que se casó con Vance-, del Partido Demócrata, incorporándose, dos años después, al Partido Republicano.

Probablemente en un utilitario intento por asegurar su futuro político, Vance aplicó freno a sus críticas, y dio un giro radical cuando, declaró -apenas dos años después-, a la cadena de televisión estadunidense Fox, en una especie de vergonzoso mea culpa: “efectivamente, dije esas cosas críticas, y las lamento”.

A continuación, reafirmó: “lamento haberme equivocado sobre el hombre”.

Su absoluta ausencia de dignidad personal/política quedó incuestionablemente expuesta cuando afirmó, en junio de 2024: “me enorgullece ser uno de sus más fuertes apoyos en el Senado, hoy”.

“Voy a hacer todo lo que esté en mi poder para asegurar que el presidente Trump gane en noviembre”, agregó, y, con ignominioso broche de oro, aseguró: “la supervivencia de Estados Unidos depende de eso”.

Al mes siguiente de esa abyecta genuflexión, Trump estaba anunciado anunciando que Vance era su compañero de fórmula.

De modo que en la visión servil del senador, el megalómano aspirante republicano pasó, de ser “el Hitler de Estados Unidos”, a constituirse en el superhéroe de cuya reelección “la supervivencia de Estados Unidos depende”.

Aparte de potencialmente ser su avatar estadounidense, Trump es evidente admirador del tirano alemán cuya criminal megalomanía sigue haciéndose sentir, mundialmente -casi un siglo después-.

Eso se desprende de declaraciones del general retirado John Kelly, un ex funcionario de la administración Trump, recientemente reproducidas por el diario estadounidense The New York Times, y retomadas por diversos medios de comunicación nacionales e internacionales.

De acuerdo con las declaraciones que el Times dio a conocer el 22 de octubre, Kelly -un ex secretario de Seguridad Interna (Homeland Security) (2017) y ex ministro de la Presidencia (Chief of Staff) (2017-2019) del gobierno de Trump (2017-2021)- describió, al ex presidente, como un altamente probable fascista.

En ese sentido, se refirió “a la definición de fascismo: es una ideología política autoritaria de extrema derecha, ultranacionalista, y movimiento caracterizado por un líder dictatorial, autocracia centralizada, militarismo, forzada represión de la oposición, creencia en una jerarquía social natural”, comenzó a explicar.

“De modo que, indudablemente, en mi experiencia, ese es el tipo de cosas que él cree que funcionarían mejor en términos de gobernar a Estados Unidos”, agregó.

“Indudablemente, el ex presidente está en el área de la extrema derecha, es, indudablemente, un autoritario, admira a quienes son dictadores”, siguió narrando, para reafirmar que “ha dicho eso”.

“De modo que, indudablemente, entra en la definición general de fascista, seguramente”, planteó, a continuación, el general retirado, quien, además fue jefe (2012-2016) del militar Comando Sur de Estados Unidos (United States Southern Command, Southcom) -uno de los siete comandos combatientes unificados del Departamento de defensa estadounidense, responsable operaciones en Centro y Sudamérica y el Caribe-.

En cuanto a la conducta de Trump en el cargo de residente, Kelly precisó que “indudablemente, prefiere el enfoque dictatorial del gobierno”.

“Nunca aceptó el hecho de que no era el hombre más poderosos en el mundo”, expresó, para aclarar que, “por poder, me refiero a la capacidad de hacer lo que quisiera, cuando quisiera”.

“Creo que le encantaría ser exactamente como era en los negocios: podía decirle, a la gente, que hiciera cosas, y las haría, y sin preocuparse mucho sobre cuáles eran las legalidades, y eso”, dijo Kelly, cuya carrera militar se desarrolló principalmente en el Cuerpo de Infantería de Marina de Estados Unidos (United States Marine Corps).

Respecto a lo planteado, recientemente, por Trump -durante una actividad política, y luego en el transcurso de una entrevista- sobre “el enemigo interior”, el general retirado dijo, al Times, que, “creo que este tema de usar a los militares contra (…) ciudadanos estadounidenses, es una cosa muy, muy mala”.

“Aún decirlo con propósitos políticos para ser elegido, pienso que es una cosa muy, muy mala, peor aún llegar a hacerlo”, precisó.

En términos generales, explicó que Trump, “sencillamente, no entiende los valores: aparenta -habla- que sabe más que nadie sobre Estados Unidos, pero no es así”.

En cuanto al hecho de que los altos funcionarios gubernamentales -como el presidente- juran la Constitución, y ponen ese juramento por encima de la lealtad personal, Kelly dijo, al Times, que es algo que explicó a Trump, en 2017 -al comienzo de su desempeño como ministro de la Presidencia (chief of Staff)-.

“Él y yo hablamos de eso”, relató, para precisar que “era un concepto nuevo, para él -me parece que es la mejor manera de explicarlo- y no creo que lo haya aceptado totalmente”, además de señalar que la lealtad personal “lo es virtualmente todo, para él”.

En ese sentido, relató que, “al inicio de la administración” Trump “hablaba de ‘sus generales’(…) pero una gran sorpresa, para él, fue que (para) nosotros -quienes éramos ex generales, e, indudablemente, las personas aún en servicio activo- el compromiso, la lealtad era para la Constitución, sin dudarlo, sin pensarlo dos veces”.

“Esa fue una gran sorpresa, para él: que los generales no éramos leales al jefe, en este caso, él”, reveló.

Kelly dijo, asimismo, que, en cuanto al dictador nazi alemán, Trump “me comentó, más de una vez, que, ‘usted sabe, Hitler hizo algunas cosas buenas, también’”.

Al destacar el escaso conocimiento del ex presidente respecto a la historia universal, el general retirado indicó que, aconsejó, a Trump: “en primer lugar, usted nunca debería decir eso”, y que “si usted supiera quién era Hitler, de principio a fin: todo lo que hizo fue apoyar su vida racista, fascista”.

Interrogado, por el Times, en cuanto a si Trump posee empatía, Kelly respondió: “no”.

Por su parte, la revista estadounidense The Atlantic, reveló, citando a testigos, que, en algún momento, el ex presidente manifestó admiración por el aparato militar nazi y la incondicional subordinación, de sus integrantes, a Hitler.

“‘Necesito el tipo de generales que tuvo Hitler’, dijo Trump en una conversación privada en la Casa Blanca, según dos personas que le oyeron decir esto. ‘Gente que le fuera totalmente leal, que siga órdenes’”, reveló The Atlantic, en la nota informativa y de análisis que, en inglés y en español, publicó el 25 de octubre.

En una breve declaración que difundió, dos días después de conocidas las declaraciones de Kelly, y un día después de la nota de The Atlantic, Harris señaló que, “ayer, supimos que mientras Donald Trump fue residente, dijo que quería generales como los que tuvo Adolf Hitler”.

“Donald Trump dijo eso, pero que él no quiere militares leales a la Constitución de Estados Unidos: quiere militares leales a él”, agregó, en las declaraciones contenidas en un video de casi dos minutos de duración.

“Quiere militares que sean leales a él, personalmente, que obedezcan sus órdenes aun cuando él les diga que quieren la ley o abandonen su juramento a la Constitución de Estados Unidos”, agrego.

En referencia las declaraciones de Kelly, al Times, la vicepresidenta planteó que “esta es una ventana que muestra quién, realmente, es Trump”, proporcionada por “la gente que mejor lo conoce (…) la gente que trabajó, a su lado, en la Oficina Oval y el Salón de Situación”.

“Y está claro, por las palabras de John Kelly, que Donald Trump es alguien quien -cito textualmente- ‘entra en la definición general de fascista’, quien ha prometido ser un dictador, en el día uno, y ha prometido usar a los militares como su milicia personal para llevar a cabo sus vendettas personales y políticas”, puntualizó.

“De modo que lo básico es esto: sabemos qué es lo que Donald Trump quiere. Quiere poder irrestricto”, explicó.

Y, de inmediato, agregó: “la pregunta, en 13 días será: qué es lo que quiere el pueblo estadounidense”.

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