La barbarie no debe repetirse, por eso hay que tenerla presente

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La mañana del 11 de setiembre 1973, la barbarie ultraderechista se soltó, en Chile: el histórico Palacio de la Moneda -la sede de la presidencia del país- fue bombardeado por la Fuerza Aérea.

Adentro, usando un caso de soldado y empuñando un fusil AK -que le regaló Fidel Castro-, acompañado del Grupo de Amigos Personales -su artesanal seguridad presidencial-, Salvador Allende cayó defendiendo un modelo ideológico/gubernamental/humanitario.

El modelo, por su esencia revolucionaria, fue tan peligroso cuanto inaceptable para criminales golpistas gringos de la calaña de Henry Kissinger -entonces asesor de Seguridad Nacional/sicario presidencial del mafioso Richard Nixon-, y los criollos -lo mismo civiles, como los camioneros huelguistas, que militares, quienes fueron los conspiradores armados, a quienes el cobarde Pinochet se sumó, obligado, días antes del brutal crimen-.

Allende -“El Chicho”-, quien prefería -según dijo, la única vez que lo saludé, dos meses antes del golpe- el trato de “compañero presidente” -en lugar del formal/clasista/hipócrita “señor presidente”-, pagó caro la admirable materialización de una revolución no armada implementando, en calidad de constitucional gobierno popular, el necesario proyecto de justicia social, de democracia efectiva, de irrenunciable autodeterminación, de ejemplar dignidad latinoamericana.

Por haberse tratado de un proyecto fenomenalmente democrático -porque su centro era la gente, la base de la injusta pirámide social-, la mafia nazi uniformada lo interrumpió de la única manera que sabía cómo hacerlo: masacrando.

Por esos días -un par de meses antes del golpe-, en La Moneda, entrevisté a Orlando Letelier -entonces ministro de Defensa del gobierno de Allende, inmediatamente después de haber sido canciller, en uno de los “enroques” de Allende-, a quien la dictadura asesinó exiliado en Washington -tras haberlo encarcelado-.

El alcance del Plan Cóndor -impulsado por criminales como Kissinger- fue tan amplio cuanto brutal -en ese tiempo, en la trastienda regional del imperio, las dictaduras uruguaya y argentina, estuvieron muy próximas a aplicármelo, en Buenos Aires, intento que logré burlar-, y sus víctimas se cuentan por decenas de miles.

Iniciadas, la mañana del 11 de setiembre, las demoledoras acciones golpistas, Allende se dirigió a la base socioeconómica, en lo que, realistamente/valientemente describió como “la última oportunidad en me pueda dirigir a ustedes”.

En advertencia, a los golpistas, exclamó que “yo no voy a renunciar!”, y, a continuación, dio una expresión más de su admirable ética -inclaudicable aún en la brutalmente inexorable emergencia nacional-, lo mismo que de su tenaz resistencia personal: “colocado en un tránsito histórico, pagaré con mi vida la lealtad del pueblo, y les digo que tengo la certeza de que la semilla que entregáramos a los conciencia digna de miles y miles de chilenos, no podrá ser segada definitivamente”.

Respecto a la sanguinaria/corrupta jauría golpista, admitió la superioridad de la agresión armada, además de que reivindicó el papel protagónico de la base socioeconómica.

Los golpistas, “tienen la fuerza, podrán avasallarnos, pero no se detiene los procesos sociales, ni con el crimen ni con la fuerza”, planteó, para agregar, de inmediato, que “la historia es nuestra, y la hacen los pueblos”.

Pinochet fue nombrado, por Allende, el 23 de agosto de 1973 -menos de un mes antes del golpe-, para ocupar el cargo de jefe del ejército -a sugerencia de su antecesor inmediato, el general Carlos Prats, quien fue asesinado, el 30 de setiembre de 1973, en el exilio, en Buenos Aires -la capital argentina-.

La carga explosiva colocada en el automóvil de Prats tuvo tal potencia, que el techo de vehículo cayó en la azotea de un edificio de varios pisos de altura, según versiones periodísticas locales conocidas entonces.

De acuerdo con algunos relatos históricos, Pinochet era reacio a incorporarse a la conspiración golpista, porque -proyectando, en allende, su propia mediocridad- temía que, si el golpe fracasaba, el presidente los condenara a ser fusilados.

Tres días antes de la fecha prevista, el general Gustavo Leigh Guzmán, jefe de la Fuerza Aérea de Chile (Fach), obligó a Pinochet a incorporarse, y a firmar un documento mediante el cual los jefes golpistas se comprometían a mantenerse unidos si fracasaban en su acción criminal, según esa narrativa.

Pero, como la comunicación entre los jefes golpistas se desarrollaba -décadas antes de la era cibernética- vía el sistema de radio del ejército, a medida que el golpe fue teniendo éxito, Pinochet empezó a envalentonarse, a dar órdenes, como igualado oportunista, hasta convertirse en el jefe de la criminal movida.

Ante la posibilidad de fracaso, Pinochet envió, el 10 de setiembre, a su esposa -la abyecta Lucía Hiriart (1923-2021)- y a dos de sus hijos -entonces menores de edad-, a una instalación en la Cordillera de Los Andes, cercana a la frontera con Argentina, para que se refugiaran en el país vecino.

Hiriart se caracterizó por ser tan criminal y carente de ética como su marido -o peor-.

Temprano en la dictadura, cuando la cantidad de presos políticos sobrepasó la capacidad de las prisiones, el régimen habilitó el Estado Nacional “Julio Martínez Prádanos” -así designado en homenaje a un conocido periodista deportivo chileno-, como campo de concentración para secuestrados por las fuerzas represivas.

En ese lugar -donde miles de personas fueron mantenidas como rehenes de la dictadura-, tuvieron lugar brutales violaciones a los derechos humanos -detención ilegal, tortura, abuso sexual, ejecución extrajudicial-, constituidas, por su particular crueldad, en crímenes de lesa humanidad.

En declaraciones formuladas en ese contexto, a periodistas -incluido un deleznable sirviente pinochetista llamado Raúl Duque, condecorado, en 1973, personalmente, por el dictador-, Hiriart explicó, a sus interlocutores, que debían tener en cuenta que su esposo tenía espíritu deportivo, porque encerraba, a los presos, en el estadio, en lugar de meterlos a las cárceles.

Esa enormidad fue, apenas, una temprana evidencia de la calaña de delincuente que era Hiriart, quien se convirtió -junto con el criminal a quien eligió como marido- en millonaria, gracias, entre otras acciones delictivas -por las que permaneció impune-, al robo de fondos públicos, al robo de dinero y bienes de una oenegé de la cual se apoderó ilegítimamente, y a la evasión fiscal -estimada, según diversos cálculos, en algo más de 2.3 millones de dólares-.

Pero, de acuerdo con algunos testimonios, Hiriart fue, además, el verdadero poder del régimen comúnmente denominado “la dictadura de Pinochet”.

En una nota que difundió, el 16 de diciembre de 2021, sobre el fallecimiento -ese día- de Hiriart, la agencia informativa española Efe, citó a la periodista Alejandra Matus, autora de “Doña Lucía”, una la extraoficial biografía de la criminal.

Al caracterizar a Hiriart, Efe indicó que, “aun alejada de la escena pública desde años, Chile no olvidó el carácter fuerte, dominante y caprichoso de la viuda del exdictador chileno Augusto Pinochet, Lucía Hiriart, fallecida este jueves y a quien se le atribuye una poderosa influencia en el Gobierno militar de su marido”.

“Nacida el 10 de diciembre de 1923, según el registro civil, en el seno de una familia de izquierda vinculada a la elite política y social del Partido Radical -que gobernó Chile durante la década de 1940-, Hiriart terminó convertida en uno de los símbolos más reconocidos de la sangrienta dictadura cívico-militar que aterrorizó al país suramericano”, agregó la agencia europea.

“Temida incluso por el mismo Pinochet según se supo con el transcurso de los años, Hiriart trazó su propio camino para hacerse de un espacio de poder en el régimen autoritario que se instauró en Chile tras el derrocamiento del presidente Salvador Allende”, aseguró, a continuación.

“Es más, fue ella misma quien ejerció la mayor influencia sobre Pinochet para que se sumara a la asonada golpista en septiembre de 1973, cuando el general no era parte de la conjura contra el Gobierno y aún contaba con la confianza del otrora primer mandatario”, reveló, además.

Citada por Efe, Matus aseguró que “no habría Pinochet sin Lucía Hiriart, ella fue su creadora”.

Respecto a la corrupción de la pareja dictatorial -específicamente, de Hiriart-, Matus dijo que “una vez instalado en el poder, el matrimonio Pinochet Hiriart empezó a revelar sus carencias y necesidades”.

En tal contexto, “ella no hacía ninguna distinción entre los recursos del Estado y los propios”, agregó.

“Abordaba todo como si le perteneciera, pero tampoco en un cruzada muy elaborada respecto de un programa político sino que, en su sicología, era una especie de monarquía donde ella era la reina, y Pinochet el rey”, precisó.

En ese sentido, Efe indicó que, “ejemplo claro de lo anterior es la conocida mansión de Lo Curro, en el sector oriente de la capital chilena, cuya construcción fue revelada a la opinión pública en 1984 a través de un reportaje de la periodista Mónica González”.

“En él se detalla una construcción ‘faraónica’ dispuesta en un terreno de 80,000 metros cuadrados, 6,000 de ellos edificados y 62,000 destinados a parques y jardines; además de materiales como cristales importados de Bélgica y mármol de Alcántara, todo pagado con dinero público equivalente al 5 % del presupuesto de Obras Públicas en un año de crisis económica como el país había visto jamás”, siguió revelando.

“Según denunció la fallecida periodista chilena Patricia Verdugo, Pinochet e Hiriart se hicieron con millonarios viáticos de cerca de 7 millones de dólares para sus viajes al extranjero entre 1974 y 1975, incluyendo su asistencia al funeral del dictador español (1939-1975) Francisco Franco.

Efe destacó, asimismo, que, “con la recuperación de la democracia, Hiriart siguió en el centro de escándalos vinculados a cómo su familia acumuló fortuna durante los años en que detentó el poder total”.

Sin embargo, la delincuente permaneció impune.

Respecto al corrupto personaje, la agencia informativa rusa Sputnik, indicó que “la figura de la polémica exprimera dama de la dictadura de Augusto Pinochet (1973-1990), será recordada (…) también como una defraudadora al fisco”.

“Retratada por quienes vivieron su época como primera dama como una mujer (…) que relativizó los crímenes de lesa humanidad, su aspecto recordado a futuro será el de estafadora”, agregó, en la nota que, titulada “Lucía Hiriart de Pinochet: de primera dama de facto a estafadora”, difundió, también, el 16 de diciembre de 2021.

La brutalidad y la corrupción que caracterizaron a la dictadura Pinochet-Hiriart son elementos que -sumados a otros rasgos- hacen que ese -y los demás regímenes de facto que colmaron la historia latinoamericana reciente- sean permanentemente tenidos en cuenta como aberraciones que no deben repetirse.

Ello significa que la memoria histórica -en este caso específico, la de américa Latina, y puntualmente, la de Chile- tiene que mantenerse constantemente vigente.

La tarea nos corresponde a quienes venimos de esa brutal realidad.

En ese sentido, coincido, plenamente, con lo señalado por la ex presidenta de Chile (2006-2010, 2014-2018) Michelle Bachelet, en el artículo de opinión publicado, el 19 de agosto -22 días antes del medio siglo del golpe.

“Cuando hoy hablamos del golpe de estado, debemos entender que el 70% de los chilenos y chilenas no había nacido hace 50 años”, escribió Bachelet, una médica quien fue presa política de esa dictadura.

“Y somos justamente quienes vivimos de cerca estos acontecimientos quienes una responsabilidad con la memoria, porque es lo que nos permite como sociedad reconoceros en el presente, y contactar el ayer con el mañana”, planteó, a manera de recomendación y de llamado de atención.

“En 1973 la política fue derrotada y eso es algo que no puede volver a ocurrir”, agregó, en iguales términos, la ex mandataria, quien es columnista de El País.

“Un golpe de estados no puede justificarse jamás”, aseguró, para, de inmediato precisar que “nunca puede formar parte de las opciones que tienen los países para resolver sus diferencias, porque no es más que la forma de aplastar a un Gobierno y aterrorizar a un pueblo”.

“Imágenes como la del bombardeo a La Moneda y los tanques rodeando la casa de Gobierno no pueden dejar a nadie indiferente”, escribió Bachelet, cuyas dos presidencias fueron respectivamente antecedidas por los mandatos del mediocre y pinochetista -la redundancia es, indudablemente, válida- Sebastián Piñera (2010-2014, 2018-2022).

En opinión de Bachelet -quien se desempeñó, en 2018-2022, como alta comisionada de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos-, “no importa cuán complejo sea el contexto político, la democracia no debe ser puesta en duda nunca”.

La ex presidenta presentó, a continuación, la incuestionable naturaleza ilegítima/irracional de los regímenes de facto: “la dictadura no hizo más que confirmar el enorme abismo que separa una democracia, con todas sus imperfecciones, y un régimen que recurre a la fuerza más brutal para eliminar las libertades civiles y políticas básicas”.

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