En el caso de la cuarta promesa –asegurar “las bendiciones de la libertad” dadas por Dios-, Roberts explicó que la Declaración de Independencia “estableció la creencia de los fundadores de Estados Unidos de que ‘todos los hombres son creados iguales’ y están dotados de derechos, dados por Dios, a ‘la Vida, la Libertad, y la búsqueda de la Felicidad’”.
El jefe de la fundación extremista amplió el patrioterismo “antirrojo” en la extensa elucubración que formuló en el prólogo.
“El próximo presidente conservador tiene que estar orgulloso, no avergonzado, de la singular cultura, de los estadounidenses, de igualdad y libertad en orden”, porque, “después de todo, los países donde las élites marxistas han adquirido poder político y económico son, todos, más débiles, más pobres, menos libres por ello”, aseguró, ahora generalizando.
Frente a ello, “Estados Unidos sigue siendo la sociedad más innovadora y con mayor movilidad social ascendente en el mundo”, razón por la cual “el próximo presidente conservador debe ser un paladín del genio dinámico de la libre empresa contra los sombríos sufrimientos del socialismo dirigido por élites”.
“No existe esa cosa llamada ‘el gobierno’”, planteó, para agregar que “solamente hay gente que trabaja para el gobierno y usa su poder (del gobierno), y que -casi en cada oportunidad- lo usa para servirse primero, y, a todos los demás, mucho después”.
En cuanto a los pilares que enumeró, Roberts escribió que “lo que hace que estos cuatro componentes de la promesa conservadora sean tan valiosos para el próximo presidente es que atraviesan las distracciones superficiales, y se enfocan en los retos morales y fundacionales que Estados Unidos enfrenta en este momento de la historia”.
“Este fue uno de los secretos del éxito de los conservadores en la Era Reagan, y que nuestra generación tendría que emular”, recomendó, también refiriéndose al vergonzoso ícono ideológico de la fundación.
Respecto a ese desastroso personaje -participante en la cacería “anticomunista” que la ultraderecha estadounidense llevó a cabo a mediados del siglo pasado en el ambiente cinematográfico e intelectual-, Roberts hizo alusión a la década de 1970, en el tiempo de la Guerra Fría (1947-1991) -protagonizada por Estados Unidos y la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (1922-1991)-.
“En 1979, las amenazas que enfrentamos fueron la Unión Soviética, el socialismo de los liberales de los 1970s, y la depredadora desviación de las élites culturales”, afirmó, para aseverar que “Reagan venció a esas bestias al ignorar sus tentáculos y golpearlas, en cambio, en sus corazones”.
Al enumerar lás tácticas reaganianas -entre ellas, la creación, en 1982, de “la contra” en Nicaragua-, formuló y respondió varias preguntas.
“Su enfoque a la Guerra Fría? ‘Nosotros ganamos y ellos pierden’”, “su agenda económica? La dignidad humana del trabajo y sus muchas recompensas”, “su plataforma en las guerras culturales? La ‘comunidad de valores consagrada en estas palabra: familia, trabajo, barrio, paz, y libertad’”, sintetizó.
El Proyecto 2025 “armará, al próximo presidente conservador, con el mismo tipo de claridad estratégica, pero para una nueva era”, según el planteamiento conceptual -profundamente preocupante- de Roberts.
Se trata de un flagrante/peligroso retroceso ideológico, una drástica vuelta atrás en el tiempo
-exactamente lo contrario a lo que Harris subrayó, con frecuencia, durante su campaña presidencial: “no volveremos atrás” (“we won’t go back”)-.
También es preocupante el planteamiento del presidente de la fundación, en el sentido de que el extenso documento “representa el mejor esfuerzo del movimiento conservador en 2023, y la última oportunidad, de próximo presidente conservador, de salvar a nuestra república”.
Complementando el Proyecto 2025, la mayoría derechista de la Scotus se pronunció a favor de que los presidentes y los ex presidentes estadounidenses sean protegidos por una muralla de inmunidad ilimitada -en realidad, impunidad ilimitada-.
Integrada por nueve magistrados, la Scotus presenta dos mayoritarios tercios de conservadores.
Se trata de Clarence Thomas (magistrado desde 1991), John Roberts (desde 2005), Samuel Alito (desde 2006), Sonia Sotomayor (desde 2009), Elena Kagan (desde 2010), Neil Gorsuch (desde 2017), Brett Kavanaugh (desde 2018), Amy Coney Barrett (desde 2020), Ketanji Brown Jackson (desde 2022).
Thomas, Roberts -actual magistrado jefe (presidente)-, y Alito, fueron designados por el ex presidente (2001-2005, 2005-2009) George W. Bush, mientras que Gorsuch, Kavanaugh, y Barrett son nombramientos de Trump (2017-2021).
Por su parte, Sotomayor y Kagan fueron seleccionadas por el ex presidente (2009-2013, 2013-2017) Barak Obama, y la designación de Jackson correspondió al actual mandatario (2021-2025), Joe Biden.
Por mayoría de 6-3, el máximo tribunal federal de justicia estadounidense aprobó y emitió, el 1 de julio de 2024, esa resolución -debatida el 25 de abril-, cumpliendo, así, el objetivo de postergar, al máximo posible, uno de los cuatro juicios que Trump enfrenta -el específicamente referido a si la inmunidad presidencial lo protege del intento golpista de 2021-.
La idea era que, particularmente, ese proceso penal no se cumpliese antes de la elección presidencial de este año, para no afectar las posibilidades de triunfo dl corrupto empresario.
Gol de media cancha por parte de la ultraderecha en el supuestamente independiente Poder Judicial estadounidense.
De acuerdo con lo establecido por el turbio sexteto, se determinó que, “bajo nuestra estructura constitucional de poderes separados, la naturaleza del poder presidencial da derecho, a un ex presidente, a absoluta inmunidad ante enjuiciamiento penal por acciones de su concluyente y preclusiva autoridad constitucional”.
“Y tiene derecho a, por lo menos, probable inmunidad ante enjuiciamiento por todos sus actos oficiales”, se puntualizó.
“No hay inmunidad para actos no oficiales”, se aclaró, a continuación.
Según lo indicado en la resolución, “este caso (el de Trump) es el primer enjuiciamiento penal, en la historia de nuestra nación, de un ex presidente, por acciones realizadas durante su presidencia”, por lo que, “determinar si, y en qué circunstancias, tal enjuiciamiento puede realizarse, requiere cuidadosa evaluación del alcance del poder presidencial bajo la Constitución”.
El eufemismo no oculta el hecho de que, contrariamente a lo afirmado, había que pagar, vía complicidad con Trump, los favores de la ultraderecha que aterrizaron, vitaliciamente, a los seis, en el máximo tribunal de justicia de Estados Unidos.
“La naturaleza de ese poder requiere que un ex presidente tenga alguna inmunidad ante enjuiciamiento penal por actos oficiales durante su mandato en el cargo”, según la misma fuente.
“Por lo menos respecto al ejercicio, por el presidente, de sus poderes constitucionales centrales, esta inmunidad debe ser absoluta”, indicó el bloque conservador, para agregar, a continuación, que, “en cuanto a sus restantes acciones oficiales, tiene derecho a, por lo menos, probable inmunidad”.
De acuerdo con la flagrantemente manipuladora redacción dada a la justificación de lo resuelto, en el texto se indicó que “tal inmunidad es requerida para salvaguardar la independencia y el eficaz funcionamiento del Poder Ejecutivo, y para permitir que el presidente cumpla sus deberes constitucionales sin cautela indebida”.
“Tal inmunidad es requerida para salvaguardar la independencia y el efectivo funcionamiento del Poder ejecutivo, y para permitir que el Presidente cumpla sus deberes constitucionales sin indebida precaución”, se aseveró, además.
Por su parte, en otro planteamiento preocupante que formuló, en el prólogo del Proyecto 2025, Roberts aseguró que el mamotreto “representa el mejor esfuerzo del movimiento conservador en 2023, y la última oportunidad, de próximo presidente conservador, de salvar a nuestra república”, lo que está en flagrante línea con lo afirmado, alrededor de tres meses después, casi al final de la campaña electoral 2024, por Trump, respecto al “enemigo interior” que acecha a Estados Unidos.
No obstante las vociferaciones, el sector constituido por los “radicales lunáticos de izquierda” probablemente no sea el verdadero “enemigo interior” sino lo sean especímenes de la ultraderecha estadounidense tales como Trump, o la impresentable y procaz congresista republicana/trumpista Marjorie Taylor Greene, o Daniel Miller y su demencialmente secesionista Movimiento Nacionalista de Texas (Texas Nationalist Movement, TNM).
En su desquiciado esfuerzo por volver a Estados Unidos a su pasado de neandertalista oscurantismo ideológico, Greene y Miller -al igual que otros irracionales ultraderechistas, como el billonario sudafricano-canadiense-estadounidense Elon Musk- probablemente sean el caballo de Troya que, al contrario de su intención, está socavando la histórica y todopoderosa base económica/ideológica/militar sobre la cual el imperio estadounidense se ha sostenido desde su aparición, en el siglo 18.
Los eternos poderes fácticos (the powers that be) dominantes, se han encargado de vender
-interna y universalmente- la imagen de perfección, infalibilidad, poder, para posicionar, en el imaginario colectivo -lo mismo nacional que internacional-, a Estados Unidos, como un amigo a quien conviene tener, y como un enemigo a quien se aconseja no tener.
Sin embargo, la perfección y la infalibilidad del modelo democrático estadounidense, presentan -en indetenible tendencia ascendente-, particularmente desde tiempo bastante reciente, imperfecciones y fallas.
De modo que la erosión del “modelo americano”, está a la vista -lo mismo que alunas flagrantes contradicciones entre discurso y hechos concretos.
Después de la segunda guerra mundial, la participación de Estados Unidos en la elaboración de la Declaración Universal de los Derechos Humanos -vigente desde su aprobación, en 1948, por la Asamblea General de las Naciones Unidas-, fue decisiva, a causa de la destacada participación, en el proceso, de la entonces primera dama de Estados Unidos (1933-1945) Eleanor Roosevelt, en su condición de integrante (1945-1952) de la delegación estadounidense en Naciones Unidas.
Sin embargo, la esposa del cuatro veces presidente estadounidense (1933-1937, 1937-1941, 1941-1945, enero-abril 1945), Franklin Roosevelt -figura emblemática de la paz mundial luego de la segunda guerra-, no tuvo ningún inconveniente en fotografiarse, el 9 de marzo de 1934, durante una visita a la República Dominicana, con el dictador local Rafael “El Jefe” Leónidas Trujillo -uno de los más sanguinarios y corruptos tiranos en la violenta historia de América Latina-.
Apenas una muestra de la hipocresía imperial: vanagloriarse de promover la paz y los derechos humanos, pero apoyar a gringueros dictadores.
Y, por la vía del cuatro veces presidente, Estados Unidos impulsó la creación de Naciones Unidas -entre otras acciones, donó el terreno, en la nororiental ciudad de Nueva York, para la construcción de la sede-, pero acaparó, autoritariamente -junto con Francia, Gran Bretaña, la República Popular China, la Unión de las Repúblicas Socialistas Soviéticas (ahora, Rusia)-, el poder de veto en materia de resoluciones del Consejo de Seguridad -uno de los principales organismos políticos de la entidad mundial-.
Más recientemente, corruptos personajes de la política imperial se hicieron de la presidencia del país -por ejemplo Richard “Tricky Dicky” Nixon (1969-1973, enero-agosto 1974), quien renunció para evitar un juicio político (impeachment), además de los ya mencionados Reagan, GW, y Trump-
Hitos de la decadencia imperial, tales personajes son ejemplo de la erosión que sufre el modelo universal de democracia perfecta, ya que, no obstante su corrupto desempeño, todos -republicanos- se presentaron a reelección -y ganaron-.
Pero hay otros actores, en orden de notoriedad mediática decreciente -aunque altamente peligrosos, cada uno en su área de acción-.
Uno de esos tóxicos protagonistas es Taylor -algo así como una versión femenina de Trump-, quien se caracteriza por la patanería, la tergiversación, la irracionalidad, la procacidad -en mediocre reemplazo la flagrante ausencia de argumentos válidos para justificar su conducta-, y, coherentemente, se destaca como vociferante trumpista.
Al igual que cualquier patán autoritario, la impresentable congresista republicana se esfuerza por imponer -si es necesario, a gritos e insultos- su extremista discurso de odio, apoyada sobre la impunidad que puede proporcionarle el hecho de que es integrante de la Cámara de Representantes.
Ejemplo de ello es su reciente ninguneo de la entonces jefa del Servicio Secreto, Kimberly Cheatle, cuando la funcionaria fue sometida a un exageradamente agresivo interrogatorio, en una comisión de la Cámara de Representantes, inmediatamente después del primer falso intento de atentado contra el entonces candidato presidencial republicano, en el marco de un acto proselitista.
Así fue la payasada que tuvo lugar el 13 de julio, de 2024 durante una actividad de campaña, en la ciudad de Butler, en el oriental estado de Pennsylvania, limítrofe con Canadá, cuando Trump fue supuestamente el blanco de un francotirador, resultó herido en su oreja derecha, pero, tal como quedó evidenciado en fotografías y videos, su ropa, milagrosamente, no presentó ninguna mancha de sangre.
En términos generales, la congresista se ha referido, de manera recurrente, a la necesidad de lo que ha descrito como un “divorcio nacional”, entre los estados de votación electoral tradicionalmente republicana y los de sufragio habitualmente demócrata, además de que ha pronosticado, en calidad de amenaza/advertencia -con disfraz de preocupación-, que el país se dirige hacia una nueva guerra civil.
La alusión es a la confrontación interna (1861-1865), entre el secesionista/esclavista movimiento sureño Estados Confederados de América (Confederate States of America) -más conocido cono La Confederación, o El Sur-, y el unionista/antiesclavista bloque norteño denominado La Unión -más conocido como El Norte-, choque ganado por el segundo
-integrado por lo que, desde entonces, se describe como “los estados norteños leales al gobierno de Estados Unidos” (“the Northern states loyal to the govenrnment of the United States”)-.
En un mensaje que difundió, la mañana del 20 de febrero de 2023, en la red social X, Taylor dio una muestra de su cavernario/divisionista pensamiento.
“Necesitamos un divorcio nacional”, comenzó a plantear, en el texto con el que marcó el estadounidense Día del Presidente.
“Necesitamos separarnos según estados rojos y estados azules, y reducir el gobierno federal”, agregó, a continuación.
La ultraderechista hizo, así, referencia a la popular diferenciación entre estados que son bastiones, respectivamente, republicanos (rojos) y demócratas (azules) -de acuerdo con los colores con los que se identifican las principales agrupaciones políticas nacionales-, y coincidió con uno de los objetivos del Proyecto 2025 -menguar el gobierno nacional-.