La colaboración de sacerdotes católicos -incluidas cúpulas eclesiásticas- con dictaduras no constituye ninguna novedad, ni en la gran aldea mundial ni en la puntual comarca latinoamericana.
A manera de ejemplo: ocurrió en Brasil -durante el largo período de torturadores regímenes militares (1964-1985) quienes insultantemente se autodenominaron “Revolução” (“Revolución”)-, ocurrió en Argentina -en el marco de la sanguinaria tiranía militar eufemísticamente autodenominada “proceso de reorganización nacional” (1976-1983)-.
La historia también registra ejemplos de dignidad/conciencia social/solidaridad sacerdotal en luchas antidictatoriales.
En Colombia, el legendario Camilo Torres cayó en combate, en 1966, peleando en filas del Ejército de Liberación Nacional (ELN) -que contó, entres sus guerrilleros a más de una decena de sacerdotes españoles-.
En Nicaragua, la incorporación sacerdotal -lo mismo a la guerrilla que al inmediatamente siguiente gobierno revolucionario del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN)-.
El español Gaspar García Laviana -combatiente del FSLN, conocido entre sus compañeros como “el primero en entrar en combate, y el último en retirarse”-, falleció, en diciembre de 1978, siete meses antes del triunfo revolucionario, durante un enfrentamiento con efectivos de la Guardia Nacional (la fuerza represiva somocista creada, en la década de 1930, por Estados Unidos).
El gobierno de la Revolución Popular Sandinista, constituido en 1979, con el derrocamiento del general Anastasio “Tacho” Somoza Debayle -ejecutado, en 1980, en el exilio, en Asunción, la capital paraguaya-, contó, entre sus ministros, a tres sacerdotes católicos: Ernesto Cardenal (Cultura), su hermano Fernando Cardenal (Educación), Miguel D’Escoto (canciller).
Cardenal, poeta además de cura, fue objeto de la ofensiva reprimenda que, públicamente, le dirigió, al llegar a Nicaragua en 1983, el entonces papa, Juan Pablo II -el polaco Karol Wojtyla, quien accedió, en un turbio contexto, a la jefatura mundial del catolicismo-.
Casi medio siglo después, en la “nueva normalidad” de represión dictatorial establecida en Nicaragua, la persecución política antisacerdotal llegó a poner en prisión a una decena de religiosos -entre ellos, el obispo Rolando Álvarez, titular de la norteña Diócesis de Matagalpa-.
La mayoría formó parte del grupo de 222 presos políticos desterrados -el 9 de febrero-, a Estados Unidos, por el régimen.
La negativa a aceptar esa maniobra de la dictadura, significó, al obispo, la inmediata condena a 26 años y cuatro meses de prisión, y la suspensión de la ciudadanía nicaragüense -ilegal medida aplicada a los 222.
Pero no todo el clero católico del territorialmente mayor país centroamericano es opositor.
La cúpula del catolicismo nacional -la Conferencia Episcopal de Nicaragua (Cen)- cuenta, entre sus integrantes -según recurrentes denuncias que se han viralizado-, a colaboradores con el régimen.
Los señalamientos han centrado la atención en el cardenal Leopoldo José Brenes, arzobispo de Managua, quien, simultáneamente se desempeña como vicepresidente de la Cen.
Entre los cuestionamientos iniciales, se destacan los conceptos particularmente fuertes que un grupo de religiosas y religiosos de base incluyó en una carta abierta, a Brenes, que fue dada a conocer el 14 de diciembre de 2022.
Poco antes -el mismo día-, el régimen acusó formalmente, a Álvarez -detenido desde el 19 de agosto de 2022-, de haber cometido los fabricados delitos de “conspiración para cometer menoscabo a la integridad nacional”, y “propagación de noticias falsas a través de las tecnologías de la información y la comunicación en perjuicio del Estado y la sociedad nicaragüenses”.
Respecto a la conducta del cardenal los firmantes de la carta cuestionaron lo que presentaron como actitud complaciente, del cardenal, con el régimen -lo mismo respecto a la persecución anticlerical, específicamente, y con el la imposición del terror de Estado como instrumento antiopositor.
Ello, ante la sistemática abstención, de Brenes, en cuanto a formular pronunciamientos contundentes contra la dictadura.
Identificado como “religiosas, sacerdotes y religiosos en anonimato”, el grupo expresó que, “simplemente, queremos comunicarle a usted algunas impresiones que nosotras y nosotros en la resistencia a la dictadura hemos captado de su manera de responder a la coyuntura actual”, indicaron, en el texto difundido por Confidencial -medio de comunicación nicaragüense que opera en el exilio, en Costa Rica-.
“Vemos en usted, desgraciadamente, una falta de solidaridad no solamente con sus hermanos obispos y sacerdotes encarcelados y exiliados, sino con toda la comunidad nicaragüense sufriendo la opresión de esta dictadura”, plantearon, además, los firmantes de la carta -alrededor de una treintena, según la versión periodística-.
Ante la persecución anticlerical, “su silencio grita conformismo e indiferencia”, denunciaron.
“Mientras cientos de miles de nicaragüenses están sufriendo el drama de la pobreza, el desempleo, una migración forzada, encarcelamientos injustos, o exilio doloroso, o la pérdida de miembros queridos de sus familias, usted hace todo lo posible para evitar conflicto con la dictadura sangrienta”, le reclamaron, además.
Los firmantes de la carta -alrededor de una treintena de religiosos, según Confidencial- le plantearon, asimismo, que “deje de ser un panfletario que actúa como político ‘al son que le tocan’ y no como pastor frente a una de las peores crisis de derechos humanos que el pueblo nicaragüense está viviendo”.
También le preguntaron: “hasta cuándo callará?”, y “qué le impide ser un profeta tal cual lo prometió al ordenarse sacerdote y asumir su rol como pastor?”.
“Discúlpenos por tener que comunicarnos con usted de esta manera”, pero “la situación que estamos viviendo en nuestro país en estos días hace difícil otra manera de comunicación”, aclararon.
El cardenal mantiene, en efecto, una actitud no confrontativa, sin perjuicio -entre otros aspectos de la dramática realidad nicaragüense- de los reiterados ataques verbales, de Ortega, contra el clero católico de Nicaragua -en particular, el episcopado-, además del Vaticano -incluido el papa Francisco-.
Un particularmente agresivo ejemplo de ello fue dado, por el gobernante, al participar, la noche del 21 de febrero, en el acto público llevado a cabo para marcar el 89 aniversario del asesinato del general Augusto César Sandino (1895-1934).
Durante el extenso mensaje que dirigió al país, Ortega presentó una línea de tiempo -desde la invasión colonial española (1492-1898) hasta la Segunda Guerra Mundial (1934-1945)-, para señalar lo que describió como la complicidad de la Iglesia católica con procesos de violencia política.
Durante la actividad, Ortega comenzó la extensa diatriba antieclesiástica -que insumió buena parte del mensaje de aproximadamente una hora y media-, haciendo referencia específica al fascismo italiano y al nazismo alemán, y a Nicaragua bajo la dictadura (1933-1956) del general Anastasio Somoza García -el fundador de la dinástica tiranía (1933-1979)-.
Al mencionar la resistencia indígena a la colonización española, dijo que numerosos “caciques valientes” actuaron “enfrentando a los invasores”, quienes “fueron imponiendo, ellos, un régimen que les permitiera dominar, utilizando a la religión como instrumento (…) vinieron con la Cruz y la espada”.
“Y, quién puede negar que la Iglesia Católica, el Vaticano, fue cómplice de todos estos crímenes?”, preguntó.
“Mandaban a los curas, y les daban el derecho, a los Reyes, de decidir sobre estas tierras, de decidir sobre las poblaciones, cómo repartirse las tierras que no eran de ellos, cómo repartirse las poblaciones y someterlos en lo que llamaban las encomiendas, en verdaderos esclavos”.
“Con qué derecho?”, volvió a preguntar, para responder que “con la bendición de los papas y de los reyes”.
“Si recorremos la historia de los papas y de los reyes, de crímenes, de persecución, de quemar a aquellos que no pensaban como ellos: quemaron a Juana de Arco, una verdadera heroína, y a cuántos científicos, a cuánta gente que estaba aportando”, señaló, asimismo.
“Y fueron aliados del nazismo y del fascismo -en la Segunda Guerra Mundial-, el papado le dio todo el respaldo a Mussolini, un criminal de marca mayor, que era el principal aliado que tenía Hitler, en Europa”, agregó, en alusión, al conflicto global de 1939-1945, y, a los dictadores Adolf Hitler (1934-1945, Alemania) y Benito Mussolini (1943-1945).
A la caída de sus respectivos regímenes sanguinarios/corruptos -con el fin de la guerra-, la ambos criminales payasos murieron violentamente: Hitler se suicidó, Mussolini fue fusilado.
Respecto a ese período, y en alusión directa a la Iglesia Católica, Ortega expresó que, “basta buscar un poco en la historia, en los libros, y nos encontramos con esos horrores de quienes se presentan como, santos, se presentan como los representantes de Dios”, agregó.
“No! Ellos no han cumplido con ese principio de representar a Dios, mucho menos de representar a Cristo”, exclamó.
“Cristo nunca fue soberbio! Cristo nunca fue agresivo! Cristo siempre fue solidario! Su mensaje fue de paz!”, siguió planteando, con énfasis.
“Y, luego, lo torturaron, lo torturaron, lo torturaron, y lo asesinaron, pero Cristo no murió, físicamente, lo mataron en la cruz, pero Cristo resucitó en los pueblo, y vive en los pueblos cristianos, no por el ejemplo que puedan dar los curas, los obispos, los cardenales, y los papas, que son una mafia”, aseguró.
“Qué respeto les puedo tener, yo, a los obispos que conocí aquí en Nicaragua, si eran somocistas?”, siguió preguntando en tono de exclamación.
“Yo era un niño cuando pasó el funeral de Somoza (García, en 1956), yo estaba con mi padre, estaba con mis hermanos, con mi madre, viendo pasar el funeral, y ahí iban, los señores obispos, enterrando a Somoza como príncipe de la Iglesia, es decir, como que era un cardenal de la Iglesia”, relató.
Ello, “simplemente porque Somoza era un esbirro que le daba todas las facilidades, a la Iglesia, y era un servidor, un agente, un instrumento del imperialismo yanqui, entonces, le daban ese tratamiento”, agregó.
Para hacer más claro su planteamiento, Ortega aclaró, a continuación, que “yo no creo ni en los papas ni en los reyes”
En ese sentido, formuló el recurrente señalamiento sobre la antidemocrática designación de párrocos, cardenales, papas, ahora, en forma de interrogante: “Quién elige al Papa? Cuántos votos consigue el papa, entre lo que es el pueblo cristiano?”.
“O sea, si vamos a hablar de democracia, el pueblo debería de elegir, en primer lugar, a los curas del pueblo (…) el pueblo debería de elegir a los obispos (…) el pueblo debería de elegir a los cardenales, y tendría que haber una votación, en el pueblo católico, en este caso, en todas partes, para que se elija también al papa, por voto directo del pueblo, que sea el pueblo el que decida, y no la mafia que está organizada ahí, en el Vaticano”, recomendó.
Poniéndose como ejemplo ilustrativo de sus expresiones, narró que “yo fui formado en el catolicismo, pero desde niño”, no obstante lo cual “nunca le tuve ni cariño, ni respeto, a la mayoría de los sacerdotes y religiosos”.
Y, de inmediato, aclaró: “lo que me fue quedando, en el alma, en el corazón, fue Cristo”, además de subrayar que “yo soy revolucionario gracias a Cristo, por Cristo me hice revolucionario”.
La reacción de Brenes, poco después, fue difundir un conciliador -aunque desconectado- mensaje, a propósito del comienzo del período de Cuaresma.
“Nos unimos en oración es este tiempo de cuaresma que iniciamos con el Miércoles de Ceniza”, expresó, mediante un breve video -apenas más de tres minutos-, difundido por la Arquidiócesis de Managua, en su espacio en la red social Facebook.
“Mis buenos hijos: ya estamos a pocas horas de iniciar ese tiempo hermoso de la Cuaresma, cuarenta días en los cuales hay una propuesta del Señor: ser santos, como el Padre Celestial es santo”, indicó.
Brenes destacó “el gran reto que tenemos (los católicos), porque somos templos y sagrarios del Espíritu Santo”.
Al respecto, destacó “tantas cosas hermosas que nos propuso el señor, para este tiempo de Cuaresma, como un proyecto de vida: amar al enemigo, rezar a aquella persona que no nos cae bien, que es indiferente, porque Él ha venido a amarnos a todos, sin distinción”.
También enunció un instructivo respecto a “cómo ir caminando todo este proceso de la Cuaresma”.
“En primer lugar, desde nuestro corazón: qué hay en nuestro corazón, cómo está nuestro corazón, cuáles son las actitudes que surgen de lo más profundo de nuestro corazón”, además de que, “cada uno, durante estos días, vamos reflexionando, vamos reflexionando, poco a poco, y viendo qué tenemos que cambiar, para celebrar la Pascua, con gozo y con alegría”.
Sumado a ello, “el Señor nos propone tres cosas muy hermosas”, la primera de las cuales consiste en “la oración”, plegaria que “no es oración con bulla sino es oración silenciosa, es oración que escucha en el silencio”, dijo.
“Pero, también, el ayuno (…) que viene fortalecer nuestro carácter, que viene a fortalecer nuestras voluntades, para llevar adelante el Proyecto Cuaresmal”, agregó.
“Y, finalmente, las buenas obras, las buenas obras”, indicó.
El vicepresidente de la Cen reafirmó, a manera de síntesis, que “tres cositas nos propone el Señor: oración, ayuno, y buenas obras, y la base (…) ser santo, ser santo”.
En el comienzo del presente cuadro de situación, cuando la CEN medió en los dos frustrados intentos de diálogo -2018, 2019-, en managua -la capital nacional-, entre la profundamente fraccionada oposición y el régimen, Ortega acusó a “los obispos” -así, genéricamente- de ser parte del intento de golpe de Estado -la versión oficial respecto al estallido de la crisis-.
Fue el choque inicial entre el sacerdocio católico opositor y la dictadura, la confrontación que conduciría a la presente guerra anticlerical -mientras un sector de la jerarquía católica nicaragüense y algunos religiosos de base, actúan en denunciada colaboración con el régimen-.
La confrontación Iglesia-régimen, ha llevado a aproximadamente una decena de sacerdotes a insalubres celdas -incluidas la que están en la sede de la Dirección de Auxilio Judicial (DAJ), instalaciones de detención más conocidas como “El Chipote”-.
La mayoría -con excepción de Álvarez y tres sacerdotes condenados por supuestos delitos comunes- fue parte del contingente de 222 presos políticos desterrados en febrero.
La integración actual de la jerarquía católica nicaragüense es: Carlos Herrera (presidente), cardenal Leopoldo José Brenes (vicepresidente), Jorge Solórzano (secretario general), Rolando Álvarez (detenido), Silvio Báez (exiliado en Miami), Sócrates Sándigo, Francisco Tigerino, Isidoro Mora, Marcial Guzmán.
A ellos, se suman tres obispos eméritos: Abelardo Mata, Pablo Schmidt, Bernardo Hombach.
Según fuentes conocedoras de la CEN, entre los obispos no confrontativos, se cuenta al cardenal, apoyado por el obispo Sócrates Sándigo, titular de la noroccidental Diócesis de León.
Lo que se muestra como un cisma entre religiosos opositores y no confrontativos, en los diferentes niveles de la estructura eclesiástica nicaragüense -desde la cúpula hasta la base-, también afecta la estructura formativa: el Seminario Mayor La Purísima, en la Arquidiócesis de Managua.
Ello quedó reflejado recientemente -alrededor de tres meses después de los respectivos mensajes decembrinos de Ortega y de Brenes-, el medio de comunicación español online Religión Digital reprodujo, el 28 de marzo, una “carta abierta” cuya autoría atribuyó a “tres seminaristas nicaragüenses decepcionados con su jerarquía”
“Esta carta es el testimonio anónimo de 2 seminaristas activos y uno que salió antes de publicarse la nota, que por razones de seguridad se omiten sus nombres y lugares de formación”, precisó la plataforma informativa especializada.
Los autores del texto de una docena de párrafos, difundido el 28 de marzo, formularon, por esa vía, severas denuncias referidas al represivo ambiente político que, de acuerdo con esa descripción, impera en el contexto eclesiástico, en general, y en el seminario, en particular.
En la carta, dirigida a alguien llamado José Manuel, y escrita en primera persona-aunque su autoría se atribuye a tres redactores-, los responsables del texto denunciaron que “el seminario es actualmente el lugar más decepcionante y mediocre que puede haber en Managua”.
“Se nos ha obligado desde hace ya un tiempo al silencio absoluto: hablar de la realidad del país en clase, en las comidas, en nuestras redes sociales, en la oración está prohibido”, agregaron.
“Lo que (las autoridades del seminario) han logrado es una total apatía de los seminaristas y además transmitida por unos formadores más preocupados por los vuelos de sus sotanas y el uso de unos ridículos sombreros, que por formar nuestra conciencia crítica”, revelaron, para precisar que “es como si nos hubiesen inyectado una anestesia después del 2018”.
“Cuando salió Monseñor Silvio Báez no se nos permitió decir nada”, puntualizaron en alusión al obispo auxiliar de Managua, trasladado, en 2019, por decisión del papa Francisco, al Vaticano y, de allí, a la localidad de Sweetwater -al oeste de la sudoriental cuidad estadounidense de Miami-, en cuya iglesia Saint Agatha se desempeña como sacerdote exiliado.
Báez -un fuerte crítico de la dictadura-, ubicado en el sector sacerdotal crítico del régimen, tuvo participación mediadora, en los violentos meses iniciales de la presente crisis -en 2018-, en la convulsión sociopolítica, en escenarios tales como Managua y la occidental ciudad de Masaya -uno de los puntos de mayor confrontación callejera entre población y fuerzas policiales y paramilitares-, habiendo recibido herias, en un brazo, durante una de esas gestiones.
Los autores de la carta abierta denunciaron, asimismo, que, “cuando empezaron a tomar presos a los líderes de la sociedad civil, no se dejó hacer una sola oración en ninguna de tantas liturgias de las horas, que hacemos”.
“Cuando se tomaron Matagalpa y Monseñor Rolando Álvarez quedó preso (en agosto de 2022), en poquísimas ocasiones se le mencionó en las Eucaristías”, agregaron.
En alusión al cardenal, expresaron que “Su Eminencia, como tantos seminaristas melosos les encanta llamarle, jamás se ha expresado una sola de las veces que ha venido (al seminario) sobre la realidad del país y de la Iglesia, o de Monseñor Rolando”.
Por otra parte, “el 24 de marzo, cuando se celebraba la memoria de San Óscar Romero, no pocos seminaristas rechazaban celebrar memoria llenándole viejo comunista, teólogo de la liberación, hereje, negador de la santa doctrina, político de izquierda”.
Romero, el arzobispo de San Salvador (1977-1980) -tenazmente opuesto a la brutalidad militar imperante entonces en El Salvador, y asesinado, a causa de ello, en 1980, por escuadroneros dirigidos por el ultraderechista mayor retirado Eduardo D’Aubuisson (1943-1992) -, también fue humillado por Juan Pablo II, en este caso, durante una visita que el cura centroamericano realizó, en 1979, al Vaticano.
Los redactores de la carta abierta, expresaron, asimismo, que, “a los formadores les molesta que veamos y hablemos de las noticias del país”, además de que “los profesores en teología, en filosofía, en propedéutico, ni se atreven a reflexionar sobre lo acontecido los últimos años”, expresaron.
“Yo personalmente, en las protestas del 2018, vi cómo los jóvenes de nuestras pastorales juveniles, nuestros monaguillos, nuestros catequistas, nuestras ministras de la comunión, las monjas, salieron a las calles. ¿Y nosotros? ¿A qué nos limitaron? A no decir una sola palabra, ni entonces ni mucho menos ahora”, señalaron, a continuación.
Ante ello, preguntaron, además: “¿qué clase de sacerdotes esperan ellos que seamos? (…) ¿Qué repitamos esa enfermiza obsesión que tienen aquí contra la inventada ideología de género, los homosexuales, las feministas, mientras ignoran todos los rollos que hay aquí por las relaciones homosexuales entre seminaristas? ¿Quieren que frente a los problemas miremos para otro lado?”.
También relataron el ambiente imperante, en el seminario mayor, respecto al pontífice.
“José Manuel, mi crisis en este lugar me ha llevado a escuchar lo que no te puedes imaginar contra el Papa Francisco”, lo que constituye “otra razón más para no querer seguir más adelante con una vocación que jamás podrá florecer en un lugar autoritario, misógino, tradicionalista y aislado de la realidad nacional”, según lo planteado en la carta.
En opinión de los autores del texto, “vivimos en una gran cárcel”, donde “nadie se atreve a hablar”, situación en la cual “pagamos un alto precio los que queremos ser fieles al Evangelio”.
“Ojalá la Conferencia Episcopal, ojalá el Cardenal Brenes, vean que lo que vive nuestra Iglesia es responsabilidad de ellos, que entre más silencio hacen más duros serán los golpes, que el ambiente de represión también se vive dentro de la Iglesia y de los seminarios”, expresaron.
“Que también hay seminaristas simpatizantes del Frente Sandinista que informan de nuestras actividades, a los Secretarios Políticos”, denunciaron, a continuación.
“Que los que se creen a salvo dentro de las puertas de esto que llaman ‘el corazón de la diócesis’ no lo están por más que se escondan. Y nadie dice nada”, advirtieron.
En la visión de los denunciantes, “Nicaragua se parte en pedazos, muchos familiares de compañeros míos también han vivido el drama de las migraciones masivas (…) la vigilancia continua, el temor a ser apresados”.
“Cuando escucho que la iglesia es el último bastión de resistencia, me queda claro que no lo dicen ni por los curas, ni por los seminaristas y muchísimo menos por los formadores superficiales y limitados que tenemos, sino por la gente, el pueblo, los laicos, hombres y mujeres cuya fe es más grande que su miedo”, escribieron.
Además, formularon un pronóstico, a manera de exhortación: “ya es hora de despertar, de que despertemos todos y luchemos por recuperar nuestra Nicaragua”.
A lo que siguió la reflexión de que “no importa qué tan densa sea esta larga noche que vivimos los nicaragüenses. Como me dijo una amiga, un día será de día”.